Chimbo
Me habís embrujao, morena,
ya me tenés amarrao,
me tenés que causo pena,
ya me tenés de tu lao.
Habís velao mi retrato
—una vela a cada lao—,
me habís dao tripa de gato
o tal vez me habís fumao.
Te habís metido en mi sangre,
sólo a tu lao quiero está,
y a veces ya ni siento hambre
de tanto en tu amor pensá.
Morena, ¿qué me habís hecho
pa teneme así socao?
¿Pa metete aquí en mi pecho,
morena, qué me habís dao?
Pero ya verás, negrona,
yo me lograré zafá;
tabaco ni querendona
me podrán asujetá.
Buscaré curación, negra,
iré pa onde el Colorao,
él me dará alguna hierba
cuando le explique mi estao.
Me dará un baño de ruda
con aguardiente y verbena,
pa que del mal me sacuda,
pa librame de esta pena.
y después de poco tiempo
a tu lao he de pasá
con la negra que yo quiero
sin que me podás jalá.
Ya ni las tripas de gato
con ponzoña de alacrán,
querendona ni tabaco
me podrán asujetá.
de “Jolgorio” (1961)
Dádiva
Busco al fondo de todos los cadáveres
sus tesoros abiertos.
Los que murieron niños
muestran a flor de tierra
sus recientes estrellas sepultadas.
¡Ah esta suerte de topo que me dieron!
¡Ah la confusa tierra que me llama!
¡Ah mis ojos despiertos que ven luces
detrás de las tinieblas más cerradas!
¡Un muerto me dio cal
para escribirle un claro verso al alba!
Ved que al norte de mí
se alza una hoguera pálida:
un niño recién muerto quiere darme
su anémica flor blanca
y me guiña su tumba
con la tímida luz de esa fogata.
de “Más acá de los muertos” (1966)
Andan
Los muertos andan
calculando alaridos para el viento.
Cuando cerráis los ojos,
sabedlo de una vez,
los muertos se alzan
y caminan secretamente vivos,
sin pisadas,
acomodando signos en el aire,
liberando palomas enterradas,
erigiendo colores escondidos
en la asomada cal de los fantasmas.
de “Más acá de los muertos” (1966)
Ánima Primera
Todas las noches salgo
a hablar con los fantasmas.
Todos llegan a tiempo con el viento
agitando sus nombres
en una multitud desesperada.
¡Ah!
Juana la lavandera
solo anda en noches claras.
Siempre me llega en lunas,
lunas,
lunas,
chapoteando el agua.
Ved que me lavan los ojos,
que me enjuagan la palabra
veintiún manos azucenas,
con agua de nueve charcas.
Ángel, ¿quién enjabonó
trece veces tus dos alas?
¿Entiendes, Dios, la blancura
de tu espléndida garnacha?
¡Guardián del noveno cielo,
llueve una lluvia de nácar,
porque Juana ensangrentó
una punta de su sábana!
de “Más acá de los muertos” (1966)
Su Voz
A ver, yo soy Manuel,
morí dormido
con un viejo dolor en la mirada.
Tú viniste a mi entierro
—¿lo recuerdas?—
con un ramo de dardos bajo el alma.
Hoy dejo aquí a tu puerta
una viva raíz recién sembrada,
yo llegaré a regarla cada día
con la gota de rocío más temprana.
de “Más acá de los muertos” (1966)
Algo así como humano
Cuando le hicieron sitio,
ya fue tarde,
porque le había crecido otro cabello
y tenía en la lengua otra palabra.
También le habían crecido las uñas
y los dientes,
y, como es hombre,
le había salido punta en la esperanza.
Desde entonces se vive solitario,
se entretiene tejiendo
un látigo terrible con su barba,
cantando ese murmullo indescifrable,
mascando roca,
vigilando el alba
o atrapando luciérnagas
para hacerse un farol como la luna
y un faro para hormigas extraviadas,
cortando escamas de hojas,
para peces,
o parchando el tonel para sus lágrimas.
Cuando le hicieron sitio,
ya fue tarde.
Dicen que por las noches
se desata la piel
y que la cuelga
de la caña de azúcar de la entrada;
bebe un poco de hiel de sus panales
y se acuesta en el aire
con su viejo brasero como almohada,
que duerme a ojos abiertos
y que sueña,
qué sueñan los que sueñan,
y de mañana,
al minuto del sol,
cierra los ojos,
empieza su canción
y se levanta.
de “Tal como somos” (1969)
Matábara del hombre malo
Siete cielos sobre el cielo,
cielo negro,
noche mala,
y nueve profundos cuervos
sobre la nube más alta.
Cátala catún balé,
catún balé caté cátala.
Tengo una hoguera que sube,
son siete lenguas de llama,
malabón caramba aché,
cien ojos de gente mala,
un vaso de sangre azul,
veinte lenguas putrefactas,
un corazón,
lodo y pus
de las más bajas entrañas.
Nueve alfileres de hueso,
veneno de tres arañas,
y ahora sí que ya te mueres,
fantasma de la oscurana.
¡Cátala catún balé,
catún balé caté cátala!
de “Tal como somos” (1969)
Dos solos de tambor de Cuamé Bamba
I
Vengo de andar
de largo a largo,
más de mis propios días,
porque para llegar,
si no me alcanzan,
voy tomando prestadas las semanas.
Me llamo Cuamé Bamba,
antiguo caminante que anda y anda,
con una enorme huella sobre el polvo,
ofreciendo un volcán en cada casa.
Yo soy Cuamé,
de atrás hacia delante,
viento,
río,
paso,
lanza.
II
Hombre de sangre azul,
quieres decirme tú de dónde vienes,
de dónde vengo yo,
hacia dónde vamos.
Comenzamos iguales la jornada,
el mismo ayer,
entre las mismas aguas,
yo sigo caminando,
sigo,
sigo,
yo sigo caminando con las mismas pisadas,
y tú has quedado atrás,
junto a ti mismo,
con una triste vena solitaria.
Dime,
sobre tu ayer,
¿quién ahora eres?
Dime,
con tu cansancio,
¿cómo andas?
Hermano, sin embargo,
la misma latitud,
el mismo mapa,
nada más que dormido
o, digamos, sonámbulo en tu sombra,
yo recuerdo ese mar que nos confunde,
aquel mismo silencio,
aquella misma paz recién inaugurada,
y te amo por sobre el muro de tu sangre,
sobre todas tus venas derrotadas,
y en realidad te quiero hace ya siglos,
desde que, como yo,
eras sólo un murmullo sobre la paz del agua;
y hoy que tenemos voces,
voces,
voces,
te digo, compañero,
¡vamos,
anda!
de “Tal como somos” (1969)
Neptuno
Estoy aquí
para defender a mi caracol
de que, por cualquier mínimo descuido
(después de pasar acurrucados
junto a él en su concha
todos esos milenios,
todos los temas,
todos los idiomas;
y tras todos los mares
y todas las resacas
y todas las mareas
y todo lo demás
que con él en los mares haya sido),
tenga lugar el pavoroso instante
en que, por entre todas las certezas
y todo lo de adentro
que todo el tiempo el caracol ha dicho,
de algún modo,
por fin,
consigan invadirlo todos los silencios.
Sabed bien que, por él,
yo voy de ola en ola
enarbolando un alga feroz entre los vientos;
así que ningún buzo
y ningún capitán
me le atará la lengua
en que tengo grabados mis anhelos.
¡Dejadlo como está,
que siempre estoy despierto!
Y sabed que si el mar,
el mismo mar,
al contrario, me tapa
la entrañable verdad del caracol
con sus estruendos,
haré en mis propias palmas,
con los dientes,
dos mares apacibles
y los pondré a decirme
al oído,
quedito,
las palabras que quiero.
de “Tal como somos” (1969)
Nacha
Tenía la voz delgada
de planchar esa misma canción
todas las tardes.
Cuando se le quemó,
y con canción y todo la enterraron,
la tierra estuvo triste
y se pasó la noche
en el fondo de un charco
croando con las ranas.
de “Tal como somos” (1969)
Aldea
Tachina abre los ojos
y bosteza
su acostumbrado aliento de niebla azucarada.
El buen madrugador
afila una canción sobre la piedra,
y tiene
—vedle bien la nota alerta—
un gallo que le cabe en la garganta.
de “Tal como somos” (1969)
Hallazgo
Hoy saqué de la arena
un hueso que me ha pertenecido,
porque tiene una señal de sangre
idéntica a mí mismo,
y el horrible dolor que me he palpado
en este mismo sitio.
Además,
es del mismo metal
que en una uña de mamá he sorprendido.
Pues bien,
me haré una flauta, .
compondré una canción a mi asesino,
y la saldré a tocar todas las lunas
a lo largo de todos los caminos.
de “Tal como somos” (1969)
Abrazo
Cuando entres en mi casa,
aquella que se encuentra en plena vía,
frente a frente del viento,
en el sitio de ayer,
donde hace siglos
derribé las paredes
y arranqué las ventanas,
sabe que, si no estoy,
he salido a buscarte.
Déjame de señal tu cualquier nombre,
que luego,
al regresar,
te habré encontrado.
de “Tal como somos” (1969)
El regreso
Día tras día,
a pleno sol entre el amor y el tiempo,
y en medio de un aroma de pan desenterrado,
reúne el corazón sus corazones
y retorna abundoso al punto de partida,
donde aro,
donde espigo,
donde con otras manos sembré todo
lo que hoy crece en mi barro;
y eso está muy adentro,
donde son venerables hasta los sufrimientos,
donde tienen las sombras
sus invencibles lunas trabajando,
donde conservo nombres después ya nunca oídos,
fulguraciones de metales vivos
y las huellas de astros desterrados.
de “Tal como somos” (1969)
Poema húmedo
El ambicioso que tenía un diluvio
debajo de la casa
le abrió huecos al techo,
pero murió de sed por el costado.
Ese día los buenos regresaron,
debajo del rocío encendieron fogatas,
amasaron el lodo
y cocieron sus cántaros.
Ese día los buenos se sumaron al agua.
Es desde entonces que yo espero afuera,
con los brazos en alto,
un feroz aguacero que a todos los que siguen
les derribe los diques,
les inunde la vida
y les hunda las barcas;
que les caiga con música,
que les caiga cantando.
Ese día, los buenos,
los que entretanto beben del cuenco de la mano,
los que riegan la flor,
los que navegan,
los que cuidan de pie sus cataratas,
ese día, los buenos
—comprendedlo—
me estarán esperando.
de “Tal como somos” (1969)
Las manos
De mano en mano nos hicimos grandes,
quién lo creyera,
si la primera vez era tan lejos.
Así desde hace tiempo me designo.
Así de mano en mano me completo.
Hoy sigue el mono solo en su pirueta,
pero las manos,
las manos sin cesar,
las de mi ejemplo,
las manos,
yo lo sé,
me están creciendo.
Así en todas las manos me celebro.
Así la cumbre sube hasta mi encuentro.
Así me aplaudo estrepitosamente.
Así rescato mi tambor del fuego.
Así es más grande la caricia entonces.
Así de un solo golpe me defiendo.
de “Tal como somos” (1969)
Tal como el agua
Parto de que me bebo este poema,
de que yo siempre sueño cataratas,
de que no en vano se me va la lengua
si, aunque se atoren las palabras secas,
cuando empujo mi sed,
empieza el agua.
Empieza el agua buena de los niños
el agua niña del alegre charco,
el agua de los lunes,
los domingos,
el agua primordial de todo el año;
el agua audaz que se decide a ola,
el agua firme que horadó la roca,
el agua torrencial que me ha mojado;
el agua lavandera de la casa,
el agua pobre que jamás descansa,
el agua que anda a pie por los sembrados;
el agua perspicaz que al coco trepa,
el agua que pensó con la cabeza,
el agua sabia que colmó el milagro;
no el agua tonta que confió en la arena,
no el agua boba que se dio a la pena,
no el agua insulsa que se ha vuelto santa,
no el agua que se enjuaga los pecados,
no el agua dolorida de la lágrima,
no el agua boquiabierta de la gárgara,
no la gota voraz como un océano,
no el agua mansa resignada a poco,
no el agua muerta de los ahogados
ni el aguasangre de mi pueblo roto.
de “De sol a sol” (1976)
A vuelo de pájaro
Es tan pobre que vive su vida al ventestate
y tan bueno,
tan bueno,
tan así de liviano,
tan para congraciarse con el aire,
andar revoloteando
y en las noches de luna
dormitar en los nidos
y sentirse más pájaro.
Y ese hombre es gobernante de los trinos
y hasta él mismo trina
aunque de vez en cuando,
pero en medio de todo se da cuenta
de que en las noches más largas y oscuras
alguien voltea, sigiloso, a tientas,
los nidos boca abajo,
entretanto los cuervos
graznan enfurecidos contra el aire
que le da tanta altura al pobre diablo
que va como de nube por la brisa,
que está de par en par enamorado,
que gobierna los trinos,
y que si él mismo se trina
sólo de vez en cuando,
es que no puede más,
es que los cuervos
le joden el amor a picotazos.
de “De sol a sol” (1976)
Cantaleta
Mala esta cosa del negro Anselmo,
que anda en las mismas
y de bajada,
que lleva tantos días tosiendo
con tantos nudos en la garganta;
y el patrón dice que el negro enfermo
al fin y al cabo no gana nada,
que su flojera le importa un cuerno,
que sólo muere,
que no trabaja.
de “De sol a sol” (1976)
Poema para el muro de una cárcel
Digo falda insumisa,
dignidad de una espina,
luna nueva;
pero digo también que todavía
tienen a flor de piel la trampa puesta
para algotra sandalia perseguida;
yo digo que, en el fondo de la herida,
aún sigue Ángela Davis prisionera,
Ángela y los demás,
la muchedumbre
que, así como quien dice el mar de cerca,
aquí conmigo se agiganta,
ruge,
agita enardecida este poema,
vuelca la copa
y el veneno huye
y se bebe a sí mismo
y se envenena;
pisa en la vida
y el cadalso se hunde
en tanto que el verdugo desespera
porque tras otras fábulas descubre
que se le están virando las sentencias,
y se dice otro adiós mientras escurre
el lazo de la horca
entre sus propias piernas.
de “De sol a sol” (1976)
Espantapájaros
Alguno de nosotros ha querido mezclar
en esto de nosotros
a un extraño,
y le dijo al oído nuestros nombres,
de qué lado dormimos,
los sueños que soñamos,
el agua que bebemos,
el camino en que andamos
y, con mayor certeza,
el cadáver que aguarda a cada uno
al final de sus pasos.
Hay, pues, entre nosotros
alguien que se ha torcido
y nos ha traicionado,
alguien que por el lado del abismo
sacó los trapos sucios al espacio,
alguien tan desleal con sus pecados
que al reverso de su hombre siempre ha sido
algo así como un ángel desplumado,
y yo temo a los ángeles lo mismo
con plumas que sin plumas,
con alas o con brazos,
así que he decidido
quedarme con mis peros al pie de este poema
como un espantapájaros.
de “De sol a sol” (1976)
La torre de París en este enredo
Creo que no hay un solo árbol
que se proponga el cielo.
A lo mejor los árboles comprenden
que es tonto pretender el infinito
y quedarse, hasta cuando aún nadie lo ha previsto,
de punta hacia el allá del universo.
Pero esa torre, que en verdad se empina
porque ella misma se creyó su cuento,
se ama,
se necesita
y se somete
con una muchedumbre a ese desvelo.
Si pudiera quedarme,
de malo, bajaría
la nube que la aguanta
y el ángel de metal que, de seguro,
la salva del mareo;
pero tengo qué hacer,
estoy de paso,
voy hacia mi país,
hacia su suerte,
de atajo entre el amor y el descontento;
y si la torre
(pongo un imposible)
me diera a decidir todo su hierro,
hacia el sur de la noche,
en este instante,
le intentaría rieles al regreso
y la armaría en medio de algún mitin
para colgar de un cuerno de su luna
al loco palabrero,
el que subió al dislate a tanta altura
por las ralas costillas de mi pueblo,
y en la mitad del mundo,
entre la chusma,
persigue al mundo nuevo
y nos apresa
y nos acusa de que somos cuerdos,
y condecora con su mano insulsa
al burro proverbial que no rebuzna,
por su notoriedad de carnicero,
y va diciendo con su lengua turbia
una mentira que no acaba nunca
de andar de monumento en monumento.
Creo que no hay un hombre
que diga de tan alto tanta culpa
y pueda ser absuelto
por una muchedumbre que lo escucha
con los pies en el suelo.
de “De sol a sol” (1976)
Poema en guerra para Milton Reyes
Esto que veis,
esto que tiene puntas en medio del aliento,
es la mala palabra con que acuso
al que coloca piedras en el viento,
el bestia,
el tempestad,
el diablo,
el perro,
el que se orina sobre los rosales,
el que le opone un diente de oro al beso.
Por él la paz no es blanca
ni es paloma,
por él nuestra victoria tiene un muerto.
Milton fue hermano mío
desde que comenzamos
a organizar avispas en los techos;
era cuando querían desterrarnos,
ponernos con todo esto a la intemperie,
pero nos defendimos
y quedaron
como quien deja el nombre y saca el cuerpo.
Milton fue como un ángel
nunca desocupado para el vuelo,
pero un día,
bregando,
le hicieron en la vida un agujero.
Por eso es que me veis estas espinas.
Por eso agrego nubes a la espiga.
Por eso escupen tierra los luceros.
de “De sol a sol” (1976)
Dudas para un examen de historia
Helena ya no cabe en el pretexto de la huida,
sino que su marido le envenena los besos
y la mete de noche
en casa de cualquiera.
¿No es otro el del pecado?
¿No es otro el ofendido con la ofensa?
Penélope maneja un simulacro
mucho más engañoso que su tela,
y Aquiles va a morir,
ya le acertaron
en el mismo dolor,
pero esta vez con una simple piedra.
Fracasada la burla del caballo,
porque los vietnamitas no lo aceptan,
los dioses más propicios del espanto
dejan al loco solo con su tema.
No hay duda,
ya es el fin,
están perdidos,
Agamenón se equivocó de guerra.
de “De sol a sol” (1976)
Visión para tarjeta postal
En la mitad del día,
un poco hacia la tarde,
veo que permanece florecido
el árbol de cerezas y de pájaros,
y al final de una hilera
de recuerdos y amigos,
un sol reverberante
que me tiende la mano.
de “De sol a sol : Vórtice de la Infancia” (1976)
Reestremecimiento
Por entonces,
la otra sed se abría a las inundaciones
y entró, sin darnos cuenta, la primera muchacha.
Ellita,
rumorosa,
todavía la recuerdo:
ola de fuego virgen
en la cumbre del agua.
de “De sol a sol : Vórtice de la Infancia” (1976)
Las protecciones
Uno nunca sabía
qué sombra la abuelita iba a asignarle
la siguiente mañana,
porque todos los santos,
además de cinco ángeles,
vivían en la casa,
mejor dicho, en su boca,
y ni a empujones de un dolor de muelas
o en el momento del frugal bocado
se la deshabitaban.
Como andaban las cosas,
creo que nunca hubo poderes más sufridos,
espíritus peor alimentados.
Pero bien,
lo que importa
es que al encaminarnos a la escuela,
cuando entre bendiciones susurraba
el santo de ese día,
si era otro, confieso que yo no hacía caso
y por mi propia cuenta me marchaba
siempre con San Antonio,
porque sí
o, en el fondo, porque era mi tocayo;
hasta que me cansé de que anduviéramos,
como quien dice, dos en un zapato
y, acaso por el vuelo,
me decidí en secreto por el ángel.
Pero el ángel anduvo
de fracaso en fracaso,
hasta que cierto día,
el del castigo,
arrojé al gran culpable de mi lado:
Yo aposté los botones de mi nueva camisa
a un partido de fútbol
de aquellos que jugábamos
uno en contra de uno,
solo dos jugadores,
los goles solitarios,
y perdí,
pero, claro, yo no tuve la culpa,
sino que mi ángel de la guarda no era
ningún extraordinario ‘guardapalos’.
de “De sol a sol : Vórtice de la Infancia” (1976)
Mi hija, la menor
Carla tiene siete años
y parece que pronto cumplirá
otro de mis poemas.
Completamente sola
se ha venido aprendiendo de memoria
aquellos que,
supongo,
saben a caramelo;
y ahora que dio con uno
para el que todavía su lengua es muy pequeña,
la sorprendí mirándome en silencio,
diría que pensando
cómo entrar en mi voz a la carrera,
aunque yo muy bien sé que esta hija mía,
dulce,
alegre,
bandida,
ñata,
terca,
se saldrá con la suya
y acabará metiéndolo en su juego.
Completamente solo,
hoy estuve pensando,
entre otras cosas serias,
en Carla,
en sus siete años de mi vida
y en todo lo que dicen esos versos,
y creo que comprendí
en qué arduo alborozo insistiría
el Che Guevara de mi poesía
al centro de una ronda de muñecas,
con una cabecilla como Cada,
tan así,
tan traviesa.
de “De sol a sol : Vórtice de la Infancia” (1976)
Inventario
Empiezo por la vida,
la vida en general,
sin precisiones,
porque sería largo
enumerar los días y las noches,
mirarlos al trasluz,
ponerlos en su sitio
de acuerdo con los soles o las lluvias,
la alegría o la pena,
el amor,
el hastío,
la esperanza o el miedo.
Además,
para qué continuar
si todo el mundo por delante sigue
a la primera de mis pertenencias,
y creo que agregarle
el corazón,
los ojos,
los libros,
los poemas,
las dos veces que he estado al borde de la muerte,
los pecados,
el pan,
el futuro,
los hijos,
el mar,
los caracoles,
las grandes mayorías
o cualquier otra cosa
es abundar aquí
innecesariamente.
Nada más,
nada menos;
con la vida termino
y de una vez por todas
me la anoto en la frente.
de “De sol a sol : Otros Poemas” (1976)
A dos voces
Al voltear una esquina
hoy encontré una voz abandonada
que dice que es muy triste,
comprendedla,
que se le vaya el hombre a la palabra;
que le teme al silencio,
que la deje conmigo
y que la ponga
a gritar cualquier cosa en mi ventana,
a contar las estrellas
o bien a saludar a los que pasan,
a decir profecías
o a predicar furores en medio de las plazas
o nada más a repetir mis versos
o acaso a recitar contra las balas.
Pero yo tengo voz
y no la dejo,
mi voz desde hace siempre,
mi voz con la que digo,
además por los poros,
lo que me da la gana,
y no sé lo que haría con dos voces
igual que un tocador con dos guitarras,
como una noche con dos lunas llenas
o un gallo con un par de madrugadas.
Así que el dueño de la voz perdida,
el no sé quién que la ha dejado afuera
para no decir nada,
abra la boca al fin
y se decida a recoger su voz
aunque le cueste
hablar con una voz amenazada.
Que venga aquí
y hablemos
con mi voz y la suya,
con su voz y la mía,
con las voces cruzadas,
tal como si multiplicáramos un grito,
tal como dos tormentas enlazadas,
tal como que dijéramos lo mismo,
tal como si juntáramos campanas.
de “De sol a sol : Otros Poemas” (1976)
Poema derribado
Una selva, a lo lejos,
casi es imaginaria,
algo como el paisaje que ejercitan
las nubes en el cielo.
Al ojo y de pasada
uno tan sólo sabe
que, todo para arriba, los árboles son buenos,
y así nomás un matapalo es sombra
y los laureles blanquecinos cuelgan,
como fosforescencias,
de las plácidas lunas del recuerdo.
Tan por allá las cosas,
un golpe duro es nada más que un eco,
a nadie se le pudren en tierra las semanas,
ningún hachazo le persigue el sueño,
porque así, a la distancia,
al ojo y de pasada,
nadie ve allá en el fondo a los hacheros.
Pero vamos al caso,
con mujeres,
con hijos,
hermanos,
primos,
tíos
y, entonces,
por ejemplo,
pónganse en mi lugar
y jódanse la vida
a pleno sol que cae sobre el verde violento,
a mano limpia,
sin comer,
de filo,
a ver si en esta parte del poema
no les saltan astillas,
y si es que tan de cerca
no les duele conmigo
un dolor verdadero.
de “De sol a sol : Otros Poemas” (1976)
Poema encarrilado hacia ti
María,
compañera,
compañía,
sé que allá será ayer
y como siempre
te habrá sido más largo el día domingo,
ese andar por la casa,
eso de estacionarte en la cocina
y ponerte a pensar que yo estoy lejos,
que acá será mañana
y que los lunes
eres más puntualita
con mi modo de ser,
con mis defectos,
con mi impuntualidad,
con mis camisas.
Mañana que amanezca
y sientas como ganas de ir de prisa,
más rápido este lunes
y hasta con un extraño vaivencito
al servir el café,
al besar chucu chucu a nuestros hijos,
no lo sabrás, amor, pero lo cierto
es que has viajado en tren todo este día,
por geografías extrañas,
huidizas,
porque, como quien anda con su sombra,
tú viajas en segunda,
lees,
fumas,
te duele la cabeza y vas llegando
a una aldea de casas amarillas,
sin boleto de viaje,
sin papeles,
como de contrabando entre mi sangre,
tan íntima
que ahora ya no sé si es que los trenes
se estremecen así tan dulcemente
o eres tú, compañera,
que palpitas.
de “De sol a sol : Otros Poemas” (1976)
Poema con un premio de treinta monedas para el primer esbirro que lo lea
Por Manuel Zárate Torregrosa,
asesinado a puñaladas por dos
agentes de seguridad política
que habían sido sus compañeros
en la infancia
Acatando la orden por completo,
hay que buscarle el lado conocido
y ahí matarle lo que le ha crecido,
para dejarlo, desde niño, muerto.
Pasa la orden con sigilo
y se cumple el secreto
como si se cumpliera
entre unas cuantas bocas
el mismo mal aliento.
Hay que hallar a Manuel,
Manuco en otros tiempos,
flaco,
treinta y cuatro años,
hijo,
hermano,
marido,
Zárate reincidente
o mejor dicho padre
de cuatro pequeñuelos,
viejo peligro requetefichado,
joven poeta inédito,
enseñante incansable,
profesor sin empleo
y todo lo demás para que un hombre
se hunda por los demás hasta el pescuezo.
Se trata de hacer méritos
y tienen que cumplirse
todas las puñaladas a conciencia,
además,
si es que Manuel por gusto se ha dedicado a necio,
a loco,
a vago,
a bruto
y a todo lo demás por lo que un hombre
no quiere oír consejos
para vivir tranquilo,
para alcanzar la dicha,
para llegar a viejo.
Pasa la puñalada.
así como en el juego del florón,
como cuando de niños
cabían juntos en el mismo juego;
pasa de mano a mano
y es como si esas manos se afilaran
y a sangre fría entre los dos cortaran
la piola de algún trompo en mi recuerdo.
de “De sol a sol : Otros Poemas” (1976)
El hombre que no se dejó enmudecer
¿A quién le va a gustar que las palabras
se le hagan las cangrejas
y corran hacia atrás
como asustadas
hasta de los más leves pensamientos?
Para mí, estuvo bien
que él las sacara de sus escondrijos,
que les diera mordiscos
y que las empujara con la lengua
a arar,
a florecer,
a poner huevos,
a ganarse el sustento.
Está bien, ¡qué carajo!,
también yo haría lo mismo;
si quiere protestar,
¡allá el silencio!
de “De ahora en adelante” (1993)
Ante el Che de Guayasamín
Una vida es apenas
algo así como solo un parpadeo del tiempo,
y si es que hubiera sido nada más que una vida,
el tiempo de esa vida
no les habría bastado.
Debió de ser en cosa de milenios,
muchísimos milenios,
que enardecidos fuegos celestiales
con tesón aprendieron
este sagaz
y tierno
oficio de mirada.
Solo así se comprende que estos ojos
alguna vez no fueran
más que un par de relámpagos.
de “De ahora en adelante” (1993)
Cándida y la metáfora
Ella nunca llegó a decírselo,
pero en secreto se lo reprochaba.
Y en realidad no era que el poeta
pretendía enlodarla con aquella metáfora
que aunque siempre, al oído,
casi se la rezaba,
ella,
de cualquier modo,
con todo el cuerpo la malentendía.
Ella nunca lo supo,
pero si ese poeta
le susurraba que se parecía
a la tierra mojada,
era por los poderes que emanaban
las colinas,
los surcos,
sus vigores agrestes,
su cálida humedad.
Eran las levaduras primordiales,
eran las eclosiones prodigadas,
eran los dones que desparramaba;
era que desde el fondo provenía
y desde el mismo fondo se entregaba;
y era que en los instantes jubilosos
la misma tierra se desenterraba
y, justo a flor de ella,
la tierra, palpitando, se tendía,
y era que era la tierra en que el poeta
su más feliz metáfora plantaba.
Ella no lo sabía
y así nunca entendió
qué admirable prodigio le brotaba
ni el verdadero aroma que esparcía;
pero,
aun sin entenderlo, ella era tierra,
era que a sol y sombra él la sembraba,
era que con sudores la regaba,
y era cierto que ella
¡florecía!
de “De ahora en adelante” (1993)
Ella
Es seguro que habiéndola tenido
y sintiendo una cierta vocación para náufrago,
ahora a usted también le dolería
haber perdido,
con un simple adiós,
me parece que todas
las aguas impetuosas de este mundo,
y andaría extrañando
esas interminables cataratas,
esas incontenibles correntadas,
esos inolvidables remolinos;
su oleaje,
sus turbiones,
sus crecientes,
cada gotita de sus desbordamientos,
todo el caudal que derrochó conmigo,
su inefable diluvio.
de “De ahora en adelante” (1993)
Un día siguiente bajo cualquier piedra y, por si fuera poco, también con aguacero
A Roberto Valdivieso C.
Esta mañana llueve
y es muy seguro que, con malevolencia,
está lloviendo adrede contra mí,
así que desde ahora
creo poder decir que es mío un aguacero,
y con mi propio cielo aguas abajo
ya no tendré que andar de comedido
queriendo entristecerme a la distancia
con lluvias lejanísimas y ajenas.
Esta mañana llueve contra mí,
y a la intemperie en mi desasosiego
se está mojando todo
lo que me ronda,
lo que se me parece,
lo que tiene por dentro mis señales,
todo lo que también sin duda es mío,
si, por vivir, también me pertenece;
porque
no sólo a otros les tocó este mundo,
pues uno también tiene
su país urgentísimo,
infaltable,
como a pedir de boca
para su ensoñación y su nostalgia,
su paisaje remoto,
es decir su espejismo;
sus ansias de volver antes de irse,
o sea su imperiosa y visible añoranza;
su gente en general con la sonrisa coja,
sus todos los demás,
su muchedumbre,
sus sombras tutelares,
su padre irrepetible,
su nariz peculiar,
algún hermano,
sus insolencias,
su corazoncito
y, con su corazón, sus sufrimientos,
sus amarguras,
sus melancolías,
su muy particular lado siniestro,
su propio clima de inconformidad,
su singular embrollo
de anclarse en el dolor
y andar volando con el pensamiento;
y, por si fuera poco,
suele también tener,
a mucha honra,
su propio anoche
con sus propios tragos,
ineludibles por lo ya bebidos,
inseparables por lo amanecidos,
de suyo personales;
y por supuesto tiene
su hoydíasiguienteatroz,
su arrepentido y falso juramento,
su muerte de pe-da-ci-tos,
brutal,
indelegable,
sus telarañas,
sus remordimientos.
Esta mañana llueve contra mí
y tan adentro que hasta me parece
que yo mismo, a la vez, me estoy lloviendo;
me llueve y yo me lluevo,
y jamás podrá nadie
ponerse en mi lugar de esta mañana
como para quedarse
mojándose también en mi aguacero,
o sea como que yo,
de entrometido,
en vano pretendiera
vivir en carne propia
un día siguiente ajeno,
si ni así de lluvioso
y triste,
triste,
y ni porque en el fondo hoy lo sospecho,
puedo atinar en mí
a sentir otra vez cómo dolían
esas lejanas lluvias que caían
contra César Vallejo.
de “De ahora en adelante: A César lo que es de César” (1993)
Genio y figura
Creo haberlo pensado
como quien no se atreve,
medio de refilón,
medio en secreto;
pero, de todos modos,
el caso es que hace tiempo
me viene preocupando mi cadáver;
y es que viéndolo bien,
o mejor dicho viéndome
como al final de todo debo verme,
con el sincero reconocimiento
de que lo “de tal palo, tal astilla”
puede salirme cierto,
sería de esperar que a mi cadáver
le dé por seguir siéndome
y, de frente,
se salga de esa inmóvil compostura,
ande por todas partes,
se vuelva popular entre los otros muertos,
beba cerveza sin helar,
orine,
baile por alegría mis guarachas,
cante por añoranza mis boleros
y, para que la historia se repita
de la misma manera
que saben de memoria los recuerdos,
mi cadáver persista
y, sin ningún olvido,
lo siga haciendo todo como en los viejos tiempos.
Tal como me conozco,
mi gran preocupación es que lo expulsen,
que lo echen de la muerte
por grave falta de recogimiento;
y ya después ¿qué rumbo tomaría?,
pues resulta imposible regresar,
y aun si regresara yo ya estaría lejos;
adónde iría a parar,
qué puerta le abrirían,
en qué otra eternidad recalaría
con esa inocultable franqueza de estar vivo,
fiel a su vocación definitiva
de llevar desde acá todo aprendido
para seguir, con pasos prevenidos,
por todo el más allá
mi mal ejemplo.
de “De ahora en adelante: Jugando a las eternas escondidas” (1993)
Recuerdos de las vidas que todavía no vivo
Lo que en verdad importa
es que aquí estemos todos
y que, a partir de todos,
los padres de mis padres,
los padres de los padres de mis padres,
y así por ese rumbo remoto al infinito,
hasta los más remotos de mis tatarabuelos
hayan salido a mí
y que conserven fresco,
patente
y vivo mi recuerdo;
lo mismo que los hijos de mis hijos,
los hijos de los hijos de mis hijos,
y así en lo sucesivo
en el otro infinito de los tataranietos,
cada uno, desde ahora, ya haya recibido
lo que tengo también de todos ellos.
Una memoria eterna
permanece en vigilia entre mis infinitos
en comunión conmigo,
en un solo desvelo,
esperando el pasado,
recordando el futuro
y ejercitando el incesante rito
de unir a tiempo en mí los dos extremos.
de “De ahora en adelante: Recuerdos de otras vidas” (1993)
Yo y mi sombra
Por cierto,
si te fueras
me quedaría solo
y no habría en el mundo soledad más completa.
Lo digo porque temo
que llegues a cansarte de ser como yo soy
o que tal vez descubras
que vamos a pasar sobre nuevos abismos
y entonces te dé miedo
de aquí en adelante
seguirme la carrera.
Atrás,
tú bien lo sabes,
queda un largo camino
que has andado conmigo
como mi inseparable compañera,
has leído mis libros,
has bebido mi vino,
has comido en mi mesa;
en fin,
has hecho innumerables cosas mías
como esta de pasarte mis noches
escribiendo poemas.
A veces se me ocurre
que bien pudo gustarte tener algotra vida,
por ejemplo, ser blanca,
hacer cosas distintas,
oír música suave
y no andar alelada al son de mis tambores
desde que eras pequeña,
volverte contra mí,
ser anticomunista,
o por tu cuenta ir
cuando yo, en cambio, ya estaba de regreso;
pero no,
si hasta en mis malos ratos
siempre estuvo,
flaca,
comprometida,
al lado de mis culpas,
tu leal inocencia.
Definitivamente,
tú vales mucho más de lo que pesas.
Sombra mía,
sopórtame,
no me falles jamás,
yo soy tu cuerpo.
de “De ahora en adelante: En primera persona” (1993)
Platero, Yenca y yo
El burrito adorable
de hace ya tantos libros,
dígase lo que sea que se diga
sobre su intransitiva propiedad
de ser un animal tan sólo en el papel,
un solípedo escrito,
un asno imaginario,
en realidad ha estado en mí todo este tiempo
existiendo a sus anchas,
andando a trotecitos,
dando coces,
haciéndome cosquillas,
rebuznando en mi alma.
Ahora, su problema
es que la vieja Yenca,
que fue de carne y hueso,
que cuidaba mis siestas descuidando la casa,
se echaba en los rincones
y comía cariño de mi mano,
lo ha descubierto y le está dando guerra,
le gruñe,
lo acoquina,
lo persigue,
le ladra.
Dígase lo que sea que se diga
de que era medio loca
y lo que casi todo el mundo dice
de los perros comunes que se mueren
y su insignificancia,
en su real realidad
la vieja Yenca,
ahora está dentro de mí
ya muerta,
defendiendo lo suyo a dentelladas.
de “De ahora en adelante: En primera persona” (1993)
Las prohibiciones
De ahora en adelante,
puede ocurrir que el sumo presidente,
a la hora del telebombardeo,
con esa incontenible prepotencia
y la úlcera atómica a punto de estallarle,
salga de la noticia
y a cualquiera
le organice una cumbre dentro de su casa,
presidida por él (¿qué duda cabe?),
y le prohíba vivir a su manera,
le suprima su nombre
y su apellido,
le haga dar la espalda a sus amigos,
le impida visitar a sus vecinos
y tampoco lo deje decir malas palabras,
de esas como ‘decoro’
o ‘solidaridad’
o cualesquiera que se les parezcan,
y así por el estilo al fin le imponga
lo que le venga en gana;
y sobre todo le prohíba Cuba,
defenderla,
nombrarla,
hasta para decir que es una isla,
no sea que al decirlo se recuerde
que su definición,
como otras cosas,
es, sin lugar a dudas, arbitraria;
y quede más aún al descubierto
que una isla no es,
ni por la fuerza,
una extensión de amor
totalmente rodeada de amenazas.
de “De ahora en adelante” (1993)
Obcecación
De ahora en adelante,
serán más obcecados
y, de cualquier manera, en el oleaje
clavarán alambradas;
no dejarán pasar,
querrán bloquear la vida,
el sentimiento,
la música,
los panes,
los abrazos.
A todo trance
querrán que no se pueda ir a Cuba,
ni siquiera por nube,
en barcos de papel
o entre besos volados.
de “De ahora en adelante” (1993)
Suma íntima
Para mí, que sumar uno más uno
es ya estar esperándote…
de “De ahora en adelante: Operaciones fundamentales” (1993)
Ley conmutativa
Dará igual si es que pongo:
LA VIDA x EL VERBO,
como también EL VERBO x LA VIDA.
El orden en que vayan los factores
no alterará jamás la poesía.
de “De ahora en adelante: Operaciones fundamentales” (1993)
La deuda
Es que en la operación algo está mal,
es que no aprendí bien
o es que, por el contrario,
la vida nunca a mí me dio esa clase;
pero, si dividen entre pocos
un país suficiente para todos,
un Ecuador entero,
múltiplo nacional,
dividendo abundante,
no entiendo por qué tienen que prestar,
arrastrar y prestar,
arrastrar y prestar
para que sólo a ellos les alcance.
de “De ahora en adelante: Operaciones fundamentales” (1993)
Para obtener el odio externo bruto
Si macrodividiéramos,
como es correcto, para todo el mundo,
el total de las culpas
del culpable mundial
de los más escabrosos desatinos,
¿qué cantidad de horror tendría cada uno?,
y, con la misma lógica
incuestionable de las matemáticas,
¿cuánta razón per cápita
nos tocaría para maldecirlo?
de “De ahora en adelante: Operaciones fundamentales” (1993)
Desolación
Ellísimos,
los propios,
los primeros,
mis más altos parientes consanguíneos
(tibieza de una vieja cercanía,
buena fe de la luz,
larga maduración de los secretos),
hace mucho no están,
ya no me llueven,
no alumbran con relámpagos mi vida,
no se me imponen con temibles truenos.
¿Se han venido apagando,
se han perdido,
yo los he ahuyentado,
o es que por su cuenta,
de puntillas,
han ido regresándose
uno por uno de mis sedimentos?
Hace mucho que no andan a pie por mis caminos,
no agitan sus colores
y no embriagan mi ser con sus fermentos;
ellos no me hablan,
tampoco yo los llamo
y nos vamos sintiendo cada día más lejos.
Es estricta justicia,
deberían ser dos culpas
porque son dos olvidos;
pero tan sólo a mí
me toca el peso enorme de sentir
todo el remordimiento.
de “Jututo” (1996)
Gestión
Orula y San Francisco,
Yansá con Santa Bárbara,
Obba con Santa Rita,
Oogün junto a San Pedro,
Elegguá y San Antonio,
Inlé y San Rafael,
Omolu y San Benito,
Ochosl y San Norberto:
ya ven que nos sacrificamos
y fuimos mediadores
en el más peligroso
de todos los posibles desacuerdos.
de “Jututo” (1996)
Aggayú y la bandera
También los dioses pueden aburrirse
de tanto concordar con sus esencias,
de sus despreocupadas duraciones,
de ser tan habituales
y hacer las cosas que hacen
los dioses, que se pasan
haciendo lo de siempre
en sus propias esferas;
y un dios
con semejante perpetuidad de hastío
puede en cualquier momento sentir la tentación
de volverse travieso.
Aggayú, por ejemplo
(de puro maromero),
prevalido de que con sus colores
está en la más propicia convergencia,
y ansioso de flamear,
un buen día podría decidirse
a ser nuestra bandera.
Sin embargo,
muy pronto
se asquearía de verse enarbolado
para solemnizar tanta mentira,
apadrinar pomposas fechorías
y escoltar repugnantes discursos patrioteros;
y sintiéndose trapo,
manoseado,
pisoteado,
hecho flecos,
a la carrera volvería a ser dios,
a su perduración,
a su siempre,
a su tedio.
de “Jututo” (1996)
Fetiche de masa para pan
Queda, pues, consagrado
este alimento de la fecundidad.
Son pormenores nada más que humanos
las huellas digitales,
la petulante desmesura,
la avariciosa idea de la exageración,
la pose,
el minucioso preciosismo,
el palpable argumento de la harina.
Lo demás,
las huellas invisibles,
las certezas,
la eficacia bendita,
ya son cosas mayores:
energía bienhechora,
potencia indescifrable,
levadura divina.
de “Jututo: Fetiches fálicos” (1996)
Petita Palma
No,
no ha de pasar en vano tanto afán,
tanto llevar por corazón
como si a un consumado cununero;
no,
la gente así, no pasa
no se acaba
y ella no ha de morírsenos del todo
si la muerte es silencio.
Más bien
prolongará en el aire sus trajines,
será después un eco permanente,
pues,
como por ella quedaría el dicho,
« quien anda con tambores,
a retumbar aprende ».
de “Jututo: Algunos de los míos” (1996)
Miriam Makeba
Para Edgardo Prado
Ocurre que cuando ella
se pone toda torrencial,
digo,
cuando ella llueve
sus hondos aguaceros,
los resecos veranos del África comienzan
esa canción enorme del reverdecimiento.
de “Jututo: Algunos de los míos” (1996)
Agripina castillo
Se había quedado sordo,
despoblado,
cerrado el sentimiento,
con una paz ociosa como esas
de los días domingos por las tardes,
adormilada dentro,
hasta que lo invadieron
oleadas de esa voz perturbadora,
ovaricosa,
con que de pronto espigan
tibios,
agriespinosos
los estremecimientos.
de “Jututo: Algunos de los míos” (1996)
Nerney Quintero, bailadora de marimba
Delgadita,
flexible,
majestuosa espiral en que culmina
el ensimismamiento de la gracia;
curvatura del éxtasis,
perfil de una pasión con ese temple
de junco que se arquea
y en el baile parece
como que, de por sí,
la anduviera empujando un viento íntimo
y como si, a sus pies,
sumisamente,
la siguiera su propio precipicio.
de “Jututo: Algunos de los míos” (1996)
Juan García
Juan es uno de aquellos que todavía sangran
y que de veras toman
la sangre muy a pecho,
tanto que me parece
que si no hubiera sido el negro que es,
de algún modo,
algún día,
él mismo
desde él mismo se habría regresado.
Este Juan, no conforme
con ir (cuan largo es) por su propia negrura,
suele también andar por el pellejo ajeno
siguiendo en los demás el mismo rastro.
Alguna vez le dio
por husmear palmo a palmo en mis alrededores
buscando las pisadas de un esclavo
que hizo la hazaña de fundar un reino.
Yo le dije que no,
que no era por mi lado,
que mi modo de ser,
que mis ideas,
que en mi pobre cabeza
quedaría muy grande una corona,
que entre tantos aprietos del presente,
por cierto, no cabría
la majestuosidad de ese pasado.
Pero él rebuscaba
debajo de las letras de mi nombre,
detrás de cada uno de mis pasos,
hasta que supo
que, aparte de ser yo
uno más entre todos los amos y señores
de aquella irreductible parcelita de orgullo,
nada tan solo mío
de modo alguno se ajustaba al caso.
Transeúnte,
andariego,
desaparece como por encanto,
y cuando vuelve viene rebosante
de la sabiduría de la gente sencilla,
lunas silvestres
y soles que se le han emparentado;
y sobre la cabeza bullidora,
perpetua soñadora,
trae cada vez más nidos de pájaros.
A un hombre como él,
así de espejo para tantos rostros,
y así de Juan,
de nombre hace tiempo visible
a la cabeza de tanto anonimato;
a un García en verdad singular,
tan así de plural,
tan compartido
en una muchedumbre de otros apellidos;
a alguien así de hormiga tan sencilla
que nunca quiera creerse
el camino ya andado,
a un ser así por fuerza se le escribe
más de lo que se puede decir con las palabras:
hace mucho no sé por dónde anda,
atareado en qué pieles
intentando senderos,
perdido en qué negrores palpita,
y sin embargo,
por su repleto corazón, espero
que haya ido dejando latidos desgranados
que su sombra todavía no haya recogido,
y que, por ese olvido,
lo reencuentre este abrazo.
de “Jututo: Algunos de los míos” (1996)
Momento
Cuando uno se impone
la riesgosa costumbre de palparse por dentro
para saberse, en lo más vivo, cierto,
y mantenerse a diario al tanto de quién es,
suele tener, de golpe,
la estallante alegría de sentir
todos sus corazones anteriores
en una larga fila
todavía palpitando;
pero en esa cerrada indagación
a veces, sin remedio,
va a dar con el horrible vacío de un instante
que se demora todo lo vivido,
y es cuando le parece
que en algún intersticio de su ser
durante esa fugaz perpetuidad,
de repente uno mismo,
íngrimo,
por dentro,
no logra hallarse con sus propias manos.
Justo en este momento,
lo que tengo en los dedos
es este desconcierto de saber
que mientras hoy en realidad existo
como que se me esfuma algo lejano,
que mientras inaugura
sus transparencias este nuevo día,
algo así como un súbito jamás
me duele de algún modo en el pasado.
Al tacto es algo oscuro
y como si así a oscuras de pronto abandonara
un recodo recóndito de mí
desde donde hace tiempo me hubieran desterrado,
como un fresco borrón
en duraciones ininterrumpidas
o, con mayor exactitud,
como que algún abuelo inmemorial,
de siempre,
en mí mismo y ahora
me estuviera olvidando.
de “Jututo” (1996)
El poeta y su llama
En verdad solo era
una pequeña llama,
pues el poeta apenas
empezaba a meter su leña al fuego
y el poema, verso a verso,
se iba iluminando.
Fue cuando ellos dijeron
que con las altas lumbres de los astros
ya había suficientes claridades,
que mucha luz, para dormir, perturba
y, con mayor razón,
los destellos escritos,
que hasta suenan
y, por cierto, se escuchan,
no dejan conciliar el sueño a nadie;
que, además,
una pequeña llama como aquella
(esa pequeña llama con entrañas)
en tan pocas palabras ya tendría
todo lo necesario para seguir ardiendo,
volverse inapagable llamarada
y quedarse alumbrando.
Entonces decidieron
que aún estaban a tiempo,
que había que apagarla,
y, con poeta y todo,
en verdad
¡la apagaron!
de “Jututo” (1996)
Ña Rosa, rezandera
Un tris de la memoria,
una sola palabra fuera de su lugar
en ese riguroso sinfín de los rosarios,
la intempestiva pausa de un bostezo,
un mono bullicioso
encaramándose
al equilibrio de su padrenuestro;
cualquier sacudimiento universal
como el de hallarse
de repente pegado al paladar
el sabor de otro cielo
con regusto de antaño,
aguarapado,
añejo;
un vuelco,
un sobresalto,
un malévolo golpe de tambor,
alguna zacandilla de Changó,
el tremendo alarido de un hechicero acérrimo
que le hubiera irrumpido alguna vez
danzando
en esa mansedumbre hermética del verbo
o nada más que algún suspiro en falso,
y amén,
porque todo su mundo,
justo en ese momento,
se habría derrumbado.
de “Jututo” (1996)
Cuando no era mi boca todavía
De todo el tiempo que no estuve en mí,
no pudo quedar dicha
ni una sola palabra;
y hoy ya no acierto a dar con quien no fui,
sin una voz, por dentro conocida,
que me oriente buscando la salida
para desovillarme hasta la nada.
Ahora estoy en mí,
y sin embargo,
afondado en mi ser
todavía rebusco
aquel entonces en que sólo era
algo como el revés de una inmensa nostalgia
por lo que yo después, al fin, sería,
al hallarme olvidado
en la anticipación de todos los olvidos,
desmemoria infinita,
inexistencia,
callado devenir de nadie en nadie,
ineludible espera
en una identidad deshabitada,
errante contingencia
de que tal vez un día
mi padre con mi madre
justo en mí se encontraran.
Trasanteantonio,
lejura,
soledoso vacío de mi voz,
tanto tiempo esperando a que yo fuera cierto,
tenaz fidelidad con que, doliéndome,
la que no era mi boca todavía,
desde la eternidad, a oscuras me seguía
por el más prolongado de todos mis silencios.
de “De boca en boca” (2005)
Contradevoción
Las palabras conviven con su dios,
el que las ha creado
de todo lo que hay
y de lo que no hay sobre la tierra.
El hacedor, que en realidad
es dios por obra de sus criaturas,
las ama,
las entraña
y las mantiene vivas con su aliento.
En cambio, enrevesadas,
las palabras
solo creen en su dios cuando él les reza.
de “De boca en boca” (2005)
Redescubrimiento
Soy otro en mí,
reciente,
de pronto estoy gozosamente lleno
de este significado que no me conocía:
de nuevo una palabra acaba de crearme.
de “De boca en boca” (2005)
La gran boca de Dios
La gran boca de Dios
relame con deleite
el dulcecito de las bendiciones
que se queda pegado en los cubiertos.
Boca en las bocas,
glotona,
omnipresente
en las masticaciones de todo el universo.
Pero, en su bienhechora destemplanza
de andar de comedero en comedero,
con bastante frecuencia,
sin darse cuenta, mete su cuchara
donde no existe almuerzo.
de “De boca en boca” (2005)
Transmutación
¡Que cosa!,
la boca de Louis Armstrong
casi no es conocida como boca,
sino como trompeta.
de “De boca en boca” (2005)
Un cuarteto a mi antojo
¡Ah esas voces amadas
de Sarah Vaughan,
Ella Fitzgerald,
Miriam Anderson
y Mahalia Jackson!,
por mí elevando, juntas,
una de sus tonadas;
y, henchidos de pesar, todos nosotros,
los lacerados,
los que tenemos voz en esas voces,
en sus cuatro alaridos,
de algún modo, también palpitamos a coro,
como quien dice, cuatro veces juntos,
cuatro veces subiendo
desde las minas y las plantaciones
hasta los mismos cielos,
cuatro veces cantando
para tocar a Dios y estremecerlo;
cuatro veces dulcísimos,
desde los amargores;
y cuatro veces inmortales, desde
las viejas cicatrices que nos duelen
aún en nuestros muertos.
de “De boca en boca” (2005)
Las bocas de los Ángeles
Me pregunto
cómo serán las bocas de los ángeles.
Es tan difícil hasta imaginarlo
sin saber a qué raza pertenecen;
pero lo más seguro
es que no sean bocas grandes,
carnosas,
heredadas al paso de las eternidades,
de sus abuelos y tatarabuelos.
Las bocas de los ángeles
deben de ser pequeñas cavidades asépticas,
de las de no decir gruesas palabras;
y castas,
para las que sería un terrible pecado
quemar de urgencia el beso en la hoguera del pubis
(desde luego, si al fin no fuera solamente
una interrogación entre el plumaje);
y abstemias,
o sea de las que nunca,
por nada de este ni de algotro mundo,
en vez de agua bendita,
beberían cerveza.
Celebro no ser ángel
ser yo mismo, tal como soy aquí,
con la entrañada y larga hilera de bembones,
las dulces palabrotas
y los grandes pecados
que caben en la boca mi humana existencia.
de “De boca en boca” (2005)
El suicidio del que no dice nada
A Óscar Chávez, en México,
por no callar
¿En qué oscuro escondrijo tendría que encontrarse
y de dónde sacar valor para apuntarse
de lleno al diminuto latido del temor
y acertarse la herida
por donde huir de prisa,
encharcado en su voz,
como quien se desangra?
Le toca averiguarlo
al que en algún momento con franqueza decida
acabar de una vez,
porque, de lo contrario,
la muerte por silencio dura toda la vida.
de “De boca en boca” (2005)
De tú a tú
Es solo de los dos el imperioso idioma
que al apuro los dos también desnudan,
que lo ven,
que lo tocan;
que muy pronto
a los dos se los sabe de memoria,
que se les echa encima,
que encima les florece
y les pone olorosas
las fogaradas que los dos susurran
con las frases flotando
y el empecinamiento
de que las consonantes suenen en la penumbra,
con sus diminutivos tan grandes como el mundo,
y otra manera de nombrar a Dios,
con una mordedura.
de “De boca en boca” (2005)
La sed y el agua
Sentida así,
como una sola,
en masa,
resulta una gran sed,
casi un tumulto
de las que se han venido acumulando;
y si en verdad es una sed temible,
es mentira que guarde
algún encono, justo contra el agua.
Por el contrario, hay quienes
vuelven el agua turbia,
pero esa sed siempre la sueña clara;
la viven desviando a sus molinos,
pero esa sed ansía reencauzarla;
no la dejan correr,
pero esa sed quisiera, por fin, desestancarla;
o la reparten mal todos los días,
y es la sed la que alcanza.
de “De boca en boca” (2005)
De boca en boca
Yo hubiera preferido otras designaciones:
la vida, por ejemplo, me parece
que debió ser nombrada de un modo que tuviera
ese sabor a urgencia contenida
o cercano a los puntos suspensivos
que dejan en la boca las palabras esdrújulas;
a la inimaginable infinitud de Dios
se nota que le queda
demasiado pequeño un monosílabo;
los ángeles tendrían suficiente con ser aves,
a secas,
sin ese petulante desperdicio;
y todo lo demás,
propio y tardío,
que no alcancé a decir
porque ya el gran acuerdo venía consumándose
de boca en boca
desde antes de mí,
pero también contando
desde entonces conmigo.
Por cierto, lo mejor
fue que no hubo tiempo para mis desacuerdos,
que hubieran sido como
para quedarme solo
(pero no desde mí,
sino que desde siempre),
para vivir a tientas perdido entre las cosas,
para no decir nada.
En buena hora,
desde que son pequeñas
las palabras se aprenden a los hombres,
de boca en boca, a todos,
y, entre todos, a mí,
ya desde mucho antes de existir,
también me recordaban.
de “De boca en boca” (2005)
La palabra amor
A esta palabra me le hacías falta,
y acabo de ponerte
como connotación alucinante,
como fuego que suena,
y ahí te quedarás,
porque me da la emocionada gana,
pese a cualquier manida intransigencia
atrincherada contra la inquietante
palpitación de llama
que de pronto le impones al rescoldo
de la antigua palabra;
ahí te quedarás,
inapagable
en la idea de ti,
que viene a ser destilación de lumbre,
alquimia,
trasiego apasionado de la palabra al fuego
y del fuego a la palabra,
que se repite y deja
fuego dentro del fuego,
noción de luz concéntrica,
¡brujería!,
vislumbre ensimismado de tu ser en la clave
que he venido hasta hoy desentrañando.
Sin embargo,
ahora es necesario que me tapes la boca,
porque después del rito me apetece
pronunciarte en voz alta,
a ti sola,
ya dueña de toda la palabra,
sin el menor vestigio de lo que para mí,
antes de tú colmarla,
haya significado;
y entonces al oírte
un ceñudo gramático decida que no existes,
porque no se conoce
esa crepitación de tu eufonía,
ni hay asomo de ti en la frialdad
ininflamable de los diccionarios.
de “De boca en boca: En pocas palabras” (2005)
La palabra vida
No estoy todo aquí.
(Epitafio de Baldomero Sanín Cano)
Soy suyo
y ella es mía,
a cada instante nos pertenecemos,
yo le infundo mi ser
mientras que, a solas,
la bendita palabra me pronuncia;
más bien me eleva en oración
y en medio
del silencio abismal que solo ella
es capaz de guardarse
entre el bullicio de la muchedumbre,
ella misma se escucha;
y es cuando sé que significo siempre,
que habrán de repetirme
porque cuando la digan dirán todo lo mío,
todo lo que desde antes de existir me repleta,
mi remoto animal,
mis otros,
mis demás,
toda duda plural,
toda pregunta;
todo indicio mayor,
toda respuesta;
todos los cielos,
todas las edades;
todo lo que tan solo
por el nombre y las huellas digitales
en mí mismo no soy,
pero de todos modos a mí suena,
todo el dolor,
todo el amor,
en fin, todo este mundo
que a la palabra vida,
en sus adentros,
aún le quedará de mí cuando me muera.
de “De boca en boca: En pocas palabras” (2005)
Vista de mi ciudad desde un avión mientras mi amor se eleva
Siempre sentí que mi ciudad
estaba cercada por mi amor,
que no tenía lugar
fuera de mi calor y mis recuerdos
la aldea montaraz que vino acumulándose,
quedándose del río de creciente en creciente;
el caserío remoto,
somnolencia de gallo aún desperezándose
cuando mis pasos previos andaban todavía por una sola calle
y todo el vecindario
tenía por las noches el largo de un silbido,
de silencio a silencio;
y después,
hasta hoy,
el viejo pueblo,
vivo,
creciéndome apretado contra el pecho.
Mas,
vista desde el aire,
como que la ciudad se me dispersa,
se zambulle en su río,
trepa por las colinas
y se me va corriendo por cuatro carreteras,
en un adiós absurdo que me huye,
incongruencia dulce
que se queda sin mí,
que se me aleja.
Y desde el aire, igual,
tampoco veo,
las casas que no están,
las que hacen falta,
las que nunca se han hecho,
casas en las que Dios tendría cobijo,
porque, en definitiva,
nadie debe vivir a la intemperie
aunque sea en el cielo;
casas donde quizás morir
pero entretanto,
desesperadamente,
casas,
bajo los soles y los aguaceros;
casas en mi esternón
y en mis costillas,
urgentes condominios
donde indica afanoso el corazón,
barriada tras barriada rebasando el latido,
pasando mis clavículas
y mucho más allá,
hasta los sueños;
casas que echa de menos mi amor en despedida,
casas que hoy no se alejan,
ni se me acercarán precipitadas
para la bienvenida del regreso.
de “De boca en boca: Del terruño interior” (2005)
La boca de mi abuela
Ya dije alguna vez
que ella tenía la boca siempre llena de santos
y ángeles de la guarda;
me hizo falta agregar que también le cabían,
con mucha holgura, todas las cosas del pasado;
las fechas de la vida y de la muerte,
las grandes alegrías,
las peores desgracias,
sus sigilosas mañas
para que las comidas supieran a milagros,
la oración y la pócima
para cada dolama;
su propio calendario
de lunas,
soles,
lluvias
y dolores reumáticos;
su cielo a su manera, que le oía
aquellas mezcolanzas de cantos y tambores
cogidos de las manos con las avemarías
a lo largo de todas las cuentas del rosario,
las lucecitas vivas al fondo de esas frases
echadas a volar
al soplo de su idioma de luciérnagas
(únicas, intransitivas, personales)
en que decía muchísimo
con poquitas palabras;
y, traídos de un siempre
que no se le acababa,
sus canas que decir,
sus prevenciones,
sus normas,
sus presagios.
Además,
no sé cómo, pero tenía dormida
debajo de la lengua
una canción extraña
que me gustaba oír
cuando por obra de un puntual motivo
que supo mantener muy bien guardado,
la canción despertaba,
se le ponía contenta
o tal vez triste,
pero, por la tristeza o la alegría,
cantando, la canción se le salía
a beberse dos tragos de aguardiente
una vez por semana.
Y ella también tenía su sonrisa,
una vieja sonrisa
sin peros,
sin portón,
sin requisitos,
sin tres dientes de abajo,
todo el tiempo la misma,
la misma en que podía
envolver indulgencias y regaños,
la misma de volverse transparente,
la misma de llenar toda la casa,
la misma en que yo siempre me perdía
intentando entender si ella vivía
con el alma en la boca
o la boca en el alma.
de “De boca en boca: Del terruño interior” (2005)
Los Quiñónez, su casa y yo
Los Quiñónez vivían en la esquina del barrio,
muy cerca de nosotros,
más o menos a un grito de mi abuela,
que es lo mismo decir a tres o cuatro vuelos
de las incandescentes mariposas
que caían del sol
o les crecían a los matorrales de bledos en las calles.
Tenían una casa de hacía unos cuantos árboles
que, amartelada y hasta con el mismo apellido,
también vivía con ellos,
y año tras año
la repintaban de un color inmenso,
muchísimo más grande que la casa.
Después de tanto tiempo,
ahora ya no están;
mas parece verdad que el tiempo vuela
y que todos han muerto
tan solo de la noche a la mañana,
como si fuera de una sola muerte,
y de esa misma muerte
se haya muerto la casa.
de “De boca en boca: Del terruño interior” (2005)
La efigie de Sandino
En Nicaragua, uno
de cualquier modo, siempre
se encuentra con Sandino,
sobre todo en Managua,
que lo tiene de pie
en lo alto de la Loma de Tiscapa,
inconfundible, en esa efigie colosal,
toda pintada de un negro solemne
que se ve desde lejos
para que el General, ubicuo, se halle
en todo corazón al mismo tiempo.
Recorriendo el contorno desde abajo,
primero son notorias las botas,
a las que de inmediato, por su cuenta, los ojos
se sienten obligados a agregarles las trochas,
los lodazales
y las polvaredas.
En la mitad se reconoce (como
un amontonamiento de más piel que le hubiera crecido)
el bulto de la manta inseparable
que le cuelga,
y cualquiera imagina
los leales cobijos de otra piel
que también se rebela.
Ya arriba,
coronándolo,
nítido sobresale su sombrero de siempre:
yo creo que hasta ahora
por dentro esa alta copa permanece
llena de también altos pensamientos;
y por fuera le encimo
todos sus soles
y sus aguaceros.
El que ha visto un retrato de Sandino
y lo tiene presente,
le pone con certeza a la figura
el rostro legendario;
aunque, viéndolo bien,
es mucho más Sandino imaginándole
la cara de cualquier nicaragüense.
Por supuesto, esa imagen
no necesitaría un corazón,
pero un día de julio,
en viaje hacia Masaya,
pensándola,
sintiendo casi que su enormidad,
tenaz, desde Managua,
me iba siguiendo por la carretera,
de pronto me di cuenta
de que ese corazón inmenso de Sandino
como que hubiera sido para el tamaño de ella,
si el General, en una de sus fotografías,
(aparte del país,
que se le nota),
todo él casi es las botas,
la manta
y el sombrero;
pero lo cierto es
que de algún modo a él, aun así,
un corazón así
le cabía en el cuerpo.
(Inédito)
Yo, “Alonso de Illescas”
A Juan Montaño Escobar y Pablo Minda.
Para mí, lo que hoy piso es tierra anticipada
que estaba aquí esperándome
con el sol inequívoco
gravitando,
para regocijarse columbrándome,
para regirme,
para ser sol mío,
para caerme,
para requemarme;
y abajo, este verdor de cada día,
trasplantado,
acogiendo amoroso lo que de mí quedaba,
abundando,
salvándome.
El ayer aún persiste con sus desgarraduras,
sí ha dejado sus huellas;
pero a partir de aquí el amo de Sevilla,
el que borró mi nombre y marcó el suyo;
el que tumbó mi cielo
y echó de mí a mis dioses;
el que vendió mis huesos,
el que afligió mis cantos,
ya es nadie en mi albedrío,
y nunca más alargará mis días
ni acortará mis noches;
ya no me vivirá:
¡ya esta enterrado¡,
ya no es más que un recuerdo que me llama desde antes
para en mí reencontrarse;
pero hoy desde mi ser
su ser no le responde,
porque sólo de mí ya yo estoy lleno
y otro mismo no cabe;
y aunque yo aún me llame
de igual manera como desde cuando
a la sombra de él me conocí,
hace ya dos océanos
aquí le puse un negro libre al nombre.
No hay vuelta atrás,
ya soy mi propio yo
en mi propio después
que es también de los otros
que conmigo trajeron,
y de los que aquí estaban,
porque al final pasamos su tiempo a nuestro tiempo,
porque los asumimos
y hermanamos
en la tarea de acostarnos dos
y levantarnos siendo uno más:
ajetreo en los petates,
hervores,
designio de las ganas,
trueque de sangres,
la vida trasegándose,
hasta que ya después no nos trajeron,
sino que nos trajimos,
porque todo fue como adelantar el rastro
y caminar
tiñendo para siempre la comarca.
Lo pasado es pisado,
aquí me renací,
aquí me pertenezco,
aquí me reconocen
y yo me reconozco en los demás,
aquí soy,
aquí estoy,
aquí gobierno.
(Inédito)
Nota: "Alonso de Illescas", esclavo africano con el nombre de su amo español que, en la primera mitad del siglo XVI, estableció un inexpugnable cacicazgo de zambos libres del dominio peninsular con base en la actual provincia de Esmeraldas, República del Ecuador, Sudamérica. Lo inconquistable de ese territorio obligó a las autoridades de la Real Audiencia de Quito a reconocer a Illescas como Gobernador de su propio pueblo.