miércoles, 22 de abril de 2009

Comentarios sobre la poesía del Poeta Antonio Preciado

Lo más vigoroso del último Preciado es la protesta social. En esta hora en que hay tanto por qué protestar -la protesta es uno de los grandes deberes incumplidos de hombre de América, estafado, robado, amordazado, pisoteado, torturado, asesinado-, el esmeraldeño resulta una de las voces líricas más vibrantes…

Y todo ello, el canto a las cosas y a la esperanza humana, al amor de mujer y al hombre pisoteado por las botas, con una impresionante voluntad de soledad…. Con una terca y alta pasión de humanidad….”

Hernán Rodríguez Castelo


La poesía de Preciado delata al idealista, al luchador, al hombre de valores profundamente arraigados…

Palabra vibrante que responde a la fuerza de la tradición oral que exige cautivar al interlocutor. Poesía variante y dinámica… Exponente indiscutible de la poesía negra, su obra trasciende cualquier especificidad. Su voz tiene lugar destacado en la literatura ecuatoriana y en la universal.”

Esther Bermejo de Crespo

Me ha impresionado hondamente el poeta ecuatoriano Antonio Preciado. Sin duda este negro es un gran poeta de la América de hoy, en quien confluyen los precisos ingredientes naturales, históricos y sociales llamados a sostener una voz grande y peculiar como la suya, en una poesía con un notable poder de comunicación, testimonial e imaginativa, tierna y combatiente, irónica y frontal, profunda y clara, tocada siempre por una inquietante, casi misteriosa emoción, y en la que maneja, sabiamente articulados, elementos tradicionales y novedosos de la expresión, con los que logra una entonación muy personal, frecuentemente conmovedora, en todos los climas de su amplio y rico registro temático.

Sí, un gran poeta, cargado de una sensibilidad que a veces provoca la idea de tocarla en sus poemas, o de alargar los dedos y buscarla hasta alcanzarla y tantearla en el pigmento de su piel.

Y hay que destacar un rasgo característico suyo frente a los poetas de su raza, que generalmente se atrincheran dentro de los motivos que les ha impuesto la historia, y su obra constituye una sostenida defensa de sus explicables razones, una cerrada exaltación de lo suyo. Preciado tampoco elude su realidad de hombre negro: gran parte de la poesía que conozco revela esa conciencia, y es un rotundo, iluminado y fervoroso alegato a favor de su raza plasmado en piezas antológicas, a nivel de los más grandes poetas negros del mundo. Pero él no limita su vuelo en ese ámbito y, con idéntica fuerza, se sitúa en el panorama de la actual poética americana como un auténtico y gran poema de todo lo humano.

Claudia Ruiz Madrazo, México

Antonio preciado (Esmeraldas, 1941) es uno de los grandes poetas de la literatura afrohispanomericana. (¿No fue Esmeraldas la primera provincia de la patria en dar la señal de nuestra emancipación con su histórico pronunciamiento de Río Verde, el 5 de agosto de 1820?) Por sus raigalidades entonces –conjura y música, misterio y magia, mar y fulgor, repertorio enmarañado de pueblos desgarrados desde su orígenes-, pero más, quizá, por su oficio proverbial (“oficio de vivir, oficio de poeta”), la obra de Preciado se yergue alta y grave, arrebatada y tierna, sapiente y hermosa, tramada por la rabia y el vértigo –pasiones y conmociones- para adquirir resonancias universales. Y se universaliza, gracias a la excepcional potestad de sus textos: sí, su temática axial es la negritud, pero Preciado abraza, desde ese núcleo, todo lo humano.

No sólo el texto per se debe ser el epicentro para dar un juicio de valor. El texto es en la medida en que, al leerse, se soporta, se siente, se confabula en nuestra sangre íntima. Pertinencia dialéctica entre el ser o existir literario y su convocación en el ánima del lector. Sólo allí se configura el binomio texto-lector. Y este hecho se advierte con relieves profundos en la obra poética de Antonio Preciado: no hay poema suyo que no nos perturbe, que no nos estremezca, que no nos afecte. Desde sus inolvidables Jolgorio (1961) y Más acá de los muertos (1966), hasta sus poemas más recientes, Preciado nos remueve con su palabra iluminada. Más allá de las palabras siempre, más allá del ritmo y del sarcasmo, de sus duendes y dioses, de sus soles y sus lunas, hurga, sabio, paciente, imperturbable, en el doliente y jubiloso portento de la condición humana.

Sobre la Antología Personal de Antonio Preciado

Marco Antonio Rodríguez


En voz alta

Los autores que, en América y Europa, participaron en el movimiento de la negritud o fueron arrastrados tardíamente a compartir sus propósitos, sus propósitos y principios (entre nosotros Nelson Estupiñán Bass, Adalberto Ortiz, Antonio Preciado…), incluso cuando sus fundadores hubieron renegado formalmente de ella, se diferencian de otros escritores por la defensa y afirmación de sus tradiciones y su cultura. Viven en otra, se adaptan generalmente a ella, participan en su desarrollo, “los salvajes se civilizan”, según quienes odian más al esclavo que la esclavitud… Pero en el momento de dar testimonio -¿y qué otra cosa hace el escritor?- ninguno ha renunciado a dejar su huella étnica, cada uno la lleva voluntariamente consigo a donde va, hasta el punto de imponerla, por lo menos en literatura, no como sustituto sino como complemento de la que heredamos.

El negro, trajo su cultura de otro continente y, sin que le preocupe esa suerte de extranjería que, a veces, quiere imponerle el racismo, él impone, sin preocuparse de formar adeptos, la negritud que se expresa por medio de sus ídolos y héroes míticos, su tradición, el recuerdo silábico de sus lenguas, orgullosamente trasplantada como si fuera el único residuo de lo que fue y tuvo, y sin que al “blanco” le importara darle o encontrarle otro significado que el ritmo del habla y de los instrumentos musicales de percusión.

De ahí que el lector poco atención pusiera al comienzo (y aún hoy, incluso respecto de los dioses y ritos religiosos del vudú antillano), a la actitud y la temática de esos autores, a alguno de los cuales cabe incluir en una negritud tardía: Preciado nace, en 1941, cuatro años después de que el poeta senegalés Léopold Sédar Senghor encabezara ese movimiento de defensa de los valores culturales africanos. Nuestros poetas rara vez escribieron ensayos teóricos o ideológicos para explicar su modo de ser y de actuar. Pero su comportamiento cívico y su obra literaria revelan un sentimiento de justicia universal poco frecuente en otros exiliados, esclavos, inmigrantes o descendientes de ellos: cada escritor negro, dondequiera que esté, representa a su raza y su cultura, y de ellas está orgulloso el autor. El poeta y dramaturgo Aimé Césaire, fue el primero en utilizar la palabra “negritud”.

La poesía de Preciado reafirma la existencia del autor como representante y portavoz de cuanto le dejó su gente, como testigo y –debido a esa larga prolongación de la esclavitud a que se resumía (¿ya no?) la historia de Europa y América- profeta de rebeliones y de luchas, consejero en materia de resistencia y paciencia, ejemplo de entereza cívica y literaria. De ahí que al gozo verbal de Jolgorio haya sucedido un libro de otra temática, aunque, a veces, con la misma música, como Más acá de los muertos y, luego, como resumen de su obra, con alusiones políticas e individuales y hasta con humor irónico e hiriente, De sol a sol.

De boca en boca parece ser la culminación de una escritura que, resulta evidente en un poeta, busca su razón de ser buscándose en las palabras. Preciado es dueño de ellas, les da un significado otro sin renunciar al que tenían antes de que él las utilizara, tal como tras haber superado la onomatopeya de otras lenguas la pone al servicio de una poesía moderna, de una estética colectiva, antigua, distante, que puede rehacer la realidad rechazada sin volverla obligadamente “mágica” ni “maravillosa”: Trasanteantonio,/lejura,/ soledoso vacío de mi voz,,/ tanto tiempo esperando a que yo fuera cierto… Sus versos Si las palabras pudieran recordar/ todo lo dicho con cada una de ellas, podrían resumir su libro: hallarían razones de erigirse en infinidad de pirámides de oro. No se trata sólo de la anatomía de palabras tales como “solidaridad”, “sangre”, “vida”, “luz”, “mar”, que aparentemente están llenas de evocaciones y de imágenes, sino de la peligrosa, manoseada, desvalorizada y sospechosa palabra “yo”. Sea cual fuera la experiencia personal que relata o imagina, en este libro el pronombre no encierra en su calabozo de dos muros solamente al autor que se mira y confiesa, sino al lector que, de la mano de quien sabe ser “pastor de palabras”, reconstruye la poesía que estaba allí, desde antes y puede, después de leídas, sentirse autor y propietario de sus sílabas. (Nunca supe por qué, en el momento en que mayor afirmación orgullosa puede hacerse de sí mismo y de la propia existencia, ha sido siempre tan vaga, casi eco inaudible, la respuesta a mi pregunta acerca del hombre al que estaba destinado el autógrafo o dedicatoria de un libro. Algo como un no ser por timidez, humildad o duda).

O sea que uno se lee al leerlo y al hacer que la poesía vaya de boca en boca toma dolida conciencia de no haber prestado debida atención a esa parte de la humanidad a la que nuestra cultura le debe tanto.

J.E. Adoum

POEMAS DE ANTONIO PRECIADO

Chimbo

Me habís embrujao, morena,

ya me tenés amarrao,

me tenés que causo pena,

ya me tenés de tu lao.

Habís velao mi retrato

—una vela a cada lao—,

me habís dao tripa de gato

o tal vez me habís fumao.

Te habís metido en mi sangre,

sólo a tu lao quiero está,

y a veces ya ni siento hambre

de tanto en tu amor pensá.

Morena, ¿qué me habís hecho

pa teneme así socao?

¿Pa metete aquí en mi pecho,

morena, qué me habís dao?

Pero ya verás, negrona,

yo me lograré zafá;

tabaco ni querendona

me podrán asujetá.

Buscaré curación, negra,

iré pa onde el Colorao,

él me dará alguna hierba

cuando le explique mi estao.

Me dará un baño de ruda

con aguardiente y verbena,

pa que del mal me sacuda,

pa librame de esta pena.

y después de poco tiempo

a tu lao he de pasá

con la negra que yo quiero

sin que me podás jalá.

Ya ni las tripas de gato

con ponzoña de alacrán,

querendona ni tabaco

me podrán asujetá.

de “Jolgorio” (1961)

Dádiva

Busco al fondo de todos los cadáveres

sus tesoros abiertos.

Los que murieron niños

muestran a flor de tierra

sus recientes estrellas sepultadas.

¡Ah esta suerte de topo que me dieron!

¡Ah la confusa tierra que me llama!

¡Ah mis ojos despiertos que ven luces

detrás de las tinieblas más cerradas!

¡Un muerto me dio cal

para escribirle un claro verso al alba!

Ved que al norte de mí

se alza una hoguera pálida:

un niño recién muerto quiere darme

su anémica flor blanca

y me guiña su tumba

con la tímida luz de esa fogata.

de “Más acá de los muertos” (1966)

Andan

Los muertos andan

calculando alaridos para el viento.

Cuando cerráis los ojos,

sabedlo de una vez,

los muertos se alzan

y caminan secretamente vivos,

sin pisadas,

acomodando signos en el aire,

liberando palomas enterradas,

erigiendo colores escondidos

en la asomada cal de los fantasmas.

de “Más acá de los muertos” (1966)

Ánima Primera

Todas las noches salgo

a hablar con los fantasmas.

Todos llegan a tiempo con el viento

agitando sus nombres

en una multitud desesperada.

¡Ah!

Juana la lavandera

solo anda en noches claras.

Siempre me llega en lunas,

lunas,

lunas,

chapoteando el agua.

Ved que me lavan los ojos,

que me enjuagan la palabra

veintiún manos azucenas,

con agua de nueve charcas.

Ángel, ¿quién enjabonó

trece veces tus dos alas?

¿Entiendes, Dios, la blancura

de tu espléndida garnacha?

¡Guardián del noveno cielo,

llueve una lluvia de nácar,

porque Juana ensangrentó

una punta de su sábana!

de “Más acá de los muertos” (1966)

Su Voz

A ver, yo soy Manuel,

morí dormido

con un viejo dolor en la mirada.

Tú viniste a mi entierro

—¿lo recuerdas?­—

con un ramo de dardos bajo el alma.

Hoy dejo aquí a tu puerta

una viva raíz recién sembrada,

yo llegaré a regarla cada día

con la gota de rocío más temprana.

de “Más acá de los muertos” (1966)

Algo así como humano

Cuando le hicieron sitio,

ya fue tarde,

porque le había crecido otro cabello

y tenía en la lengua otra palabra.

También le habían crecido las uñas

y los dientes,

y, como es hombre,

le había salido punta en la esperanza.

Desde entonces se vive solitario,

se entretiene tejiendo

un látigo terrible con su barba,

cantando ese murmullo indescifrable,

mascando roca,

vigilando el alba

o atrapando luciérnagas

para hacerse un farol como la luna

y un faro para hormigas extraviadas,

cortando escamas de hojas,

para peces,

o parchando el tonel para sus lágrimas.

Cuando le hicieron sitio,

ya fue tarde.

Dicen que por las noches

se desata la piel

y que la cuelga

de la caña de azúcar de la entrada;

bebe un poco de hiel de sus panales

y se acuesta en el aire

con su viejo brasero como almohada,

que duerme a ojos abiertos

y que sueña,

qué sueñan los que sueñan,

y de mañana,

al minuto del sol,

cierra los ojos,

empieza su canción

y se levanta.

de “Tal como somos” (1969)

Matábara del hombre malo

Siete cielos sobre el cielo,

cielo negro,

noche mala,

y nueve profundos cuervos

sobre la nube más alta.

Cátala catún balé,

catún balé caté cátala.

Tengo una hoguera que sube,

son siete lenguas de llama,

malabón caramba aché,

cien ojos de gente mala,

un vaso de sangre azul,

veinte lenguas putrefactas,

un corazón,

lodo y pus

de las más bajas entrañas.

Nueve alfileres de hueso,

veneno de tres arañas,

y ahora sí que ya te mueres,

fantasma de la oscurana.

¡Cátala catún balé,

catún balé caté cátala!

de “Tal como somos” (1969)

Dos solos de tambor de Cuamé Bamba

I

Vengo de andar

de largo a largo,

más de mis propios días,

porque para llegar,

si no me alcanzan,

voy tomando prestadas las semanas.

Me llamo Cuamé Bamba,

antiguo caminante que anda y anda,

con una enorme huella sobre el polvo,

ofreciendo un volcán en cada casa.

Yo soy Cuamé,

de atrás hacia delante,

viento,

río,

paso,

lanza.

II

Hombre de sangre azul,

quieres decirme tú de dónde vienes,

de dónde vengo yo,

hacia dónde vamos.

Comenzamos iguales la jornada,

el mismo ayer,

entre las mismas aguas,

yo sigo caminando,

sigo,

sigo,

yo sigo caminando con las mismas pisadas,

y tú has quedado atrás,

junto a ti mismo,

con una triste vena solitaria.

Dime,

sobre tu ayer,

¿quién ahora eres?

Dime,

con tu cansancio,

¿cómo andas?

Hermano, sin embargo,

la misma latitud,

el mismo mapa,

nada más que dormido

o, digamos, sonámbulo en tu sombra,

yo recuerdo ese mar que nos confunde,

aquel mismo silencio,

aquella misma paz recién inaugurada,

y te amo por sobre el muro de tu sangre,

sobre todas tus venas derrotadas,

y en realidad te quiero hace ya siglos,

desde que, como yo,

eras sólo un murmullo sobre la paz del agua;

y hoy que tenemos voces,

voces,

voces,

te digo, compañero,

¡vamos,

anda!

de “Tal como somos” (1969)

Neptuno

Estoy aquí

para defender a mi caracol

de que, por cualquier mínimo descuido

(después de pasar acurrucados

junto a él en su concha

todos esos milenios,

todos los temas,

todos los idiomas;

y tras todos los mares

y todas las resacas

y todas las mareas

y todo lo demás

que con él en los mares haya sido),

tenga lugar el pavoroso instante

en que, por entre todas las certezas

y todo lo de adentro

que todo el tiempo el caracol ha dicho,

de algún modo,

por fin,

consigan invadirlo todos los silencios.

Sabed bien que, por él,

yo voy de ola en ola

enarbolando un alga feroz entre los vientos;

así que ningún buzo

y ningún capitán

me le atará la lengua

en que tengo grabados mis anhelos.

¡Dejadlo como está,

que siempre estoy despierto!

Y sabed que si el mar,

el mismo mar,

al contrario, me tapa

la entrañable verdad del caracol

con sus estruendos,

haré en mis propias palmas,

con los dientes,

dos mares apacibles

y los pondré a decirme

al oído,

quedito,

las palabras que quiero.

de “Tal como somos” (1969)

Nacha

Tenía la voz delgada

de planchar esa misma canción

todas las tardes.

Cuando se le quemó,

y con canción y todo la enterraron,

la tierra estuvo triste

y se pasó la noche

en el fondo de un charco

croando con las ranas.

de “Tal como somos” (1969)


Aldea

Tachina abre los ojos

y bosteza

su acostumbrado aliento de niebla azucarada.

El buen madrugador

afila una canción sobre la piedra,

y tiene

—vedle bien la nota alerta­—

un gallo que le cabe en la garganta.

de “Tal como somos” (1969)

Hallazgo

Hoy saqué de la arena

un hueso que me ha pertenecido,

porque tiene una señal de sangre

idéntica a mí mismo,

y el horrible dolor que me he palpado

en este mismo sitio.

Además,

es del mismo metal

que en una uña de mamá he sorprendido.

Pues bien,

me haré una flauta, .

compondré una canción a mi asesino,

y la saldré a tocar todas las lunas

a lo largo de todos los caminos.

de “Tal como somos” (1969)

Abrazo

Cuando entres en mi casa,

aquella que se encuentra en plena vía,

frente a frente del viento,

en el sitio de ayer,

donde hace siglos

derribé las paredes

y arranqué las ventanas,

sabe que, si no estoy,

he salido a buscarte.

Déjame de señal tu cualquier nombre,

que luego,

al regresar,

te habré encontrado.

de “Tal como somos” (1969)

El regreso

Día tras día,

a pleno sol entre el amor y el tiempo,

y en medio de un aroma de pan desenterrado,

reúne el corazón sus corazones

y retorna abundoso al punto de partida,

donde aro,

donde espigo,

donde con otras manos sembré todo

lo que hoy crece en mi barro;

y eso está muy adentro,

donde son venerables hasta los sufrimientos,

donde tienen las sombras

sus invencibles lunas trabajando,

donde conservo nombres después ya nunca oídos,

fulguraciones de metales vivos

y las huellas de astros desterrados.

de “Tal como somos” (1969)

Poema húmedo

El ambicioso que tenía un diluvio

debajo de la casa

le abrió huecos al techo,

pero murió de sed por el costado.

Ese día los buenos regresaron,

debajo del rocío encendieron fogatas,

amasaron el lodo

y cocieron sus cántaros.

Ese día los buenos se sumaron al agua.

Es desde entonces que yo espero afuera,

con los brazos en alto,

un feroz aguacero que a todos los que siguen

les derribe los diques,

les inunde la vida

y les hunda las barcas;

que les caiga con música,

que les caiga cantando.

Ese día, los buenos,

los que entretanto beben del cuenco de la mano,

los que riegan la flor,

los que navegan,

los que cuidan de pie sus cataratas,

ese día, los buenos

—comprendedlo­—

me estarán esperando.

de “Tal como somos” (1969)

Las manos

De mano en mano nos hicimos grandes,

quién lo creyera,

si la primera vez era tan lejos.

Así desde hace tiempo me designo.

Así de mano en mano me completo.

Hoy sigue el mono solo en su pirueta,

pero las manos,

las manos sin cesar,

las de mi ejemplo,

las manos,

yo lo sé,

me están creciendo.

Así en todas las manos me celebro.

Así la cumbre sube hasta mi encuentro.

Así me aplaudo estrepitosamente.

Así rescato mi tambor del fuego.

Así es más grande la caricia entonces.

Así de un solo golpe me defiendo.

de “Tal como somos” (1969)


Tal como el agua

Parto de que me bebo este poema,

de que yo siempre sueño cataratas,

de que no en vano se me va la lengua

si, aunque se atoren las palabras secas,

cuando empujo mi sed,

empieza el agua.

Empieza el agua buena de los niños

el agua niña del alegre charco,

el agua de los lunes,

los domingos,

el agua primordial de todo el año;

el agua audaz que se decide a ola,

el agua firme que horadó la roca,

el agua torrencial que me ha mojado;

el agua lavandera de la casa,

el agua pobre que jamás descansa,

el agua que anda a pie por los sembrados;

el agua perspicaz que al coco trepa,

el agua que pensó con la cabeza,

el agua sabia que colmó el milagro;

no el agua tonta que confió en la arena,

no el agua boba que se dio a la pena,

no el agua insulsa que se ha vuelto santa,

no el agua que se enjuaga los pecados,

no el agua dolorida de la lágrima,

no el agua boquiabierta de la gárgara,

no la gota voraz como un océano,

no el agua mansa resignada a poco,

no el agua muerta de los ahogados

ni el aguasangre de mi pueblo roto.

de “De sol a sol” (1976)

A vuelo de pájaro

Es tan pobre que vive su vida al ventestate

y tan bueno,

tan bueno,

tan así de liviano,

tan para congraciarse con el aire,

andar revoloteando

y en las noches de luna

dormitar en los nidos

y sentirse más pájaro.

Y ese hombre es gobernante de los trinos

y hasta él mismo trina

aunque de vez en cuando,

pero en medio de todo se da cuenta

de que en las noches más largas y oscuras

alguien voltea, sigiloso, a tientas,

los nidos boca abajo,

entretanto los cuervos

graznan enfurecidos contra el aire

que le da tanta altura al pobre diablo

que va como de nube por la brisa,

que está de par en par enamorado,

que gobierna los trinos,

y que si él mismo se trina

sólo de vez en cuando,

es que no puede más,

es que los cuervos

le joden el amor a picotazos.

de “De sol a sol” (1976)

Cantaleta

Mala esta cosa del negro Anselmo,

que anda en las mismas

y de bajada,

que lleva tantos días tosiendo

con tantos nudos en la garganta;

y el patrón dice que el negro enfermo

al fin y al cabo no gana nada,

que su flojera le importa un cuerno,

que sólo muere,

que no trabaja.

de “De sol a sol” (1976)


Poema para el muro de una cárcel

Digo falda insumisa,

dignidad de una espina,

luna nueva;

pero digo también que todavía

tienen a flor de piel la trampa puesta

para algotra sandalia perseguida;

yo digo que, en el fondo de la herida,

aún sigue Ángela Davis prisionera,

Ángela y los demás,

la muchedumbre

que, así como quien dice el mar de cerca,

aquí conmigo se agiganta,

ruge,

agita enardecida este poema,

vuelca la copa

y el veneno huye

y se bebe a sí mismo

y se envenena;

pisa en la vida

y el cadalso se hunde

en tanto que el verdugo desespera

porque tras otras fábulas descubre

que se le están virando las sentencias,

y se dice otro adiós mientras escurre

el lazo de la horca

entre sus propias piernas.

de “De sol a sol” (1976)

Espantapájaros

Alguno de nosotros ha querido mezclar

en esto de nosotros

a un extraño,

y le dijo al oído nuestros nombres,

de qué lado dormimos,

los sueños que soñamos,

el agua que bebemos,

el camino en que andamos

y, con mayor certeza,

el cadáver que aguarda a cada uno

al final de sus pasos.

Hay, pues, entre nosotros

alguien que se ha torcido

y nos ha traicionado,

alguien que por el lado del abismo

sacó los trapos sucios al espacio,

alguien tan desleal con sus pecados

que al reverso de su hombre siempre ha sido

algo así como un ángel desplumado,

y yo temo a los ángeles lo mismo

con plumas que sin plumas,

con alas o con brazos,

así que he decidido

quedarme con mis peros al pie de este poema

como un espantapájaros.

de “De sol a sol” (1976)

La torre de París en este enredo

Creo que no hay un solo árbol

que se proponga el cielo.

A lo mejor los árboles comprenden

que es tonto pretender el infinito

y quedarse, hasta cuando aún nadie lo ha previsto,

de punta hacia el allá del universo.

Pero esa torre, que en verdad se empina

porque ella misma se creyó su cuento,

se ama,

se necesita

y se somete

con una muchedumbre a ese desvelo.

Si pudiera quedarme,

de malo, bajaría

la nube que la aguanta

y el ángel de metal que, de seguro,

la salva del mareo;

pero tengo qué hacer,

estoy de paso,

voy hacia mi país,

hacia su suerte,

de atajo entre el amor y el descontento;

y si la torre ­

(pongo un imposible)

me diera a decidir todo su hierro,

hacia el sur de la noche,

en este instante,

le intentaría rieles al regreso

y la armaría en medio de algún mitin

­para colgar de un cuerno de su luna

al loco palabrero,

el que subió al dislate a tanta altura

por las ralas costillas de mi pueblo,

y en la mitad del mundo,

entre la chusma,

persigue al mundo nuevo

y nos apresa

y nos acusa de que somos cuerdos,

y condecora con su mano insulsa

al burro proverbial que no rebuzna,

por su notoriedad de carnicero,

y va diciendo con su lengua turbia

una mentira que no acaba nunca

de andar de monumento en monumento.

Creo que no hay un hombre

que diga de tan alto tanta culpa

y pueda ser absuelto

por una muchedumbre que lo escucha

con los pies en el suelo.

de “De sol a sol” (1976)

Poema en guerra para Milton Reyes

Esto que veis,

esto que tiene puntas en medio del aliento,

es la mala palabra con que acuso

al que coloca piedras en el viento,

el bestia,

el tempestad,

el diablo,

el perro,

el que se orina sobre los rosales,

el que le opone un diente de oro al beso.

Por él la paz no es blanca

ni es paloma,

por él nuestra victoria tiene un muerto.

Milton fue hermano mío

desde que comenzamos

a organizar avispas en los techos;

era cuando querían desterrarnos,

ponernos con todo esto a la intemperie,

pero nos defendimos

y quedaron

como quien deja el nombre y saca el cuerpo.

Milton fue como un ángel

nunca desocupado para el vuelo,

pero un día,

bregando,

le hicieron en la vida un agujero.

Por eso es que me veis estas espinas.

Por eso agrego nubes a la espiga.

Por eso escupen tierra los luceros.

de “De sol a sol” (1976)

Dudas para un examen de historia

Helena ya no cabe en el pretexto de la huida,

sino que su marido le envenena los besos

y la mete de noche

en casa de cualquiera.

¿No es otro el del pecado?

¿No es otro el ofendido con la ofensa?

Penélope maneja un simulacro

mucho más engañoso que su tela,

y Aquiles va a morir,

ya le acertaron

en el mismo dolor,

pero esta vez con una simple piedra.

Fracasada la burla del caballo,

porque los vietnamitas no lo aceptan,

los dioses más propicios del espanto

dejan al loco solo con su tema.

No hay duda,

ya es el fin,

están perdidos,

Agamenón se equivocó de guerra.

de “De sol a sol” (1976)

Visión para tarjeta postal

En la mitad del día,

un poco hacia la tarde,

veo que permanece florecido

el árbol de cerezas y de pájaros,

y al final de una hilera

de recuerdos y amigos,

un sol reverberante

que me tiende la mano.

de “De sol a sol : Vórtice de la Infancia” (1976)

Reestremecimiento

Por entonces,

la otra sed se abría a las inundaciones

y entró, sin darnos cuenta, la primera muchacha.

Ellita,

rumorosa,

todavía la recuerdo:

ola de fuego virgen

en la cumbre del agua.

de “De sol a sol : Vórtice de la Infancia” (1976)

Las protecciones

Uno nunca sabía

qué sombra la abuelita iba a asignarle

la siguiente mañana,

porque todos los santos,

además de cinco ángeles,

vivían en la casa,

mejor dicho, en su boca,

y ni a empujones de un dolor de muelas

o en el momento del frugal bocado

se la deshabitaban.

Como andaban las cosas,

creo que nunca hubo poderes más sufridos,

espíritus peor alimentados.

Pero bien,

lo que importa

es que al encaminarnos a la escuela,

cuando entre bendiciones susurraba

el santo de ese día,

si era otro, confieso que yo no hacía caso

y por mi propia cuenta me marchaba

siempre con San Antonio,

porque sí

o, en el fondo, porque era mi tocayo;

hasta que me cansé de que anduviéramos,

como quien dice, dos en un zapato

y, acaso por el vuelo,

me decidí en secreto por el ángel.

Pero el ángel anduvo

de fracaso en fracaso,

hasta que cierto día,

el del castigo,

arrojé al gran culpable de mi lado:

Yo aposté los botones de mi nueva camisa

a un partido de fútbol

de aquellos que jugábamos

uno en contra de uno,

solo dos jugadores,

los goles solitarios,

y perdí,

pero, claro, yo no tuve la culpa,

sino que mi ángel de la guarda no era

ningún extraordinario ‘guardapalos’.

de “De sol a sol : Vórtice de la Infancia” (1976)

Mi hija, la menor

Carla tiene siete años

y parece que pronto cumplirá

otro de mis poemas.

Completamente sola

se ha venido aprendiendo de memoria

aquellos que,

supongo,

saben a caramelo;

y ahora que dio con uno

para el que todavía su lengua es muy pequeña,

la sorprendí mirándome en silencio,

diría que pensando

cómo entrar en mi voz a la carrera,

aunque yo muy bien sé que esta hija mía,

dulce,

alegre,

bandida,

ñata,

terca,

se saldrá con la suya

y acabará metiéndolo en su juego.

Completamente solo,

hoy estuve pensando,

entre otras cosas serias,

en Carla,

en sus siete años de mi vida

y en todo lo que dicen esos versos,

y creo que comprendí

en qué arduo alborozo insistiría

el Che Guevara de mi poesía

al centro de una ronda de muñecas,

con una cabecilla como Cada,

tan así,

tan traviesa.

de “De sol a sol : Vórtice de la Infancia” (1976)

Inventario

Empiezo por la vida,

la vida en general,

sin precisiones,

porque sería largo

enumerar los días y las noches,

mirarlos al trasluz,

ponerlos en su sitio

de acuerdo con los soles o las lluvias,

la alegría o la pena,

el amor,

el hastío,

la esperanza o el miedo.

Además,

para qué continuar

si todo el mundo por delante sigue

a la primera de mis pertenencias,

y creo que agregarle

el corazón,

los ojos,

los libros,

los poemas,

las dos veces que he estado al borde de la muerte,

los pecados,

el pan,

el futuro,

los hijos,

el mar,

los caracoles,

las grandes mayorías

o cualquier otra cosa

es abundar aquí

innecesariamente.

Nada más,

nada menos;

con la vida termino

y de una vez por todas

me la anoto en la frente.

de “De sol a sol : Otros Poemas” (1976)

A dos voces

Al voltear una esquina

hoy encontré una voz abandonada

que dice que es muy triste,

comprendedla,

que se le vaya el hombre a la palabra;

que le teme al silencio,

que la deje conmigo

y que la ponga

a gritar cualquier cosa en mi ventana,

a contar las estrellas

o bien a saludar a los que pasan,

a decir profecías

o a predicar furores en medio de las plazas

o nada más a repetir mis versos

o acaso a recitar contra las balas.

Pero yo tengo voz

y no la dejo,

mi voz desde hace siempre,

mi voz con la que digo,

además por los poros,

lo que me da la gana,

y no sé lo que haría con dos voces

igual que un tocador con dos guitarras,

como una noche con dos lunas llenas

o un gallo con un par de madrugadas.

Así que el dueño de la voz perdida,

el no sé quién que la ha dejado afuera

para no decir nada,

abra la boca al fin

y se decida a recoger su voz

aunque le cueste

hablar con una voz amenazada.

Que venga aquí

y hablemos

con mi voz y la suya,

con su voz y la mía,

con las voces cruzadas,

tal como si multiplicáramos un grito,

tal como dos tormentas enlazadas,

tal como que dijéramos lo mismo,

tal como si juntáramos campanas.

de “De sol a sol : Otros Poemas” (1976)

Poema derribado

Una selva, a lo lejos,

casi es imaginaria,

algo como el paisaje que ejercitan

las nubes en el cielo.

Al ojo y de pasada

uno tan sólo sabe

que, todo para arriba, los árboles son buenos,

y así nomás un matapalo es sombra

y los laureles blanquecinos cuelgan,

como fosforescencias,

de las plácidas lunas del recuerdo.

Tan por allá las cosas,

un golpe duro es nada más que un eco,

a nadie se le pudren en tierra las semanas,

ningún hachazo le persigue el sueño,

porque así, a la distancia,

al ojo y de pasada,

nadie ve allá en el fondo a los hacheros.

Pero vamos al caso,

con mujeres,

con hijos,

hermanos,

primos,

tíos

y, entonces,

por ejemplo,

pónganse en mi lugar

y jódanse la vida

a pleno sol que cae sobre el verde violento,

a mano limpia,

sin comer,

de filo,

a ver si en esta parte del poema

no les saltan astillas,

y si es que tan de cerca

no les duele conmigo

un dolor verdadero.

de “De sol a sol : Otros Poemas” (1976)

Poema encarrilado hacia ti

María,

compañera,

compañía,

sé que allá será ayer

y como siempre

te habrá sido más largo el día domingo,

ese andar por la casa,

eso de estacionarte en la cocina

y ponerte a pensar que yo estoy lejos,

que acá será mañana

y que los lunes

eres más puntualita

con mi modo de ser,

con mis defectos,

con mi impuntualidad,

con mis camisas.

Mañana que amanezca

y sientas como ganas de ir de prisa,

más rápido este lunes

y hasta con un extraño vaivencito

al servir el café,

al besar chucu chucu a nuestros hijos,

no lo sabrás, amor, pero lo cierto

es que has viajado en tren todo este día,

por geografías extrañas,

huidizas,

porque, como quien anda con su sombra,

tú viajas en segunda,

lees,

fumas,

te duele la cabeza y vas llegando

a una aldea de casas amarillas,

sin boleto de viaje,

sin papeles,

como de contrabando entre mi sangre,

tan íntima

que ahora ya no sé si es que los trenes

se estremecen así tan dulcemente

o eres tú, compañera,

que palpitas.

de “De sol a sol : Otros Poemas” (1976)

Poema con un premio de treinta monedas para el primer esbirro que lo lea

Por Manuel Zárate Torregrosa,

asesinado a puñaladas por dos

agentes de seguridad política

que habían sido sus compañeros

en la infancia

Acatando la orden por completo,

hay que buscarle el lado conocido

y ahí matarle lo que le ha crecido,

para dejarlo, desde niño, muerto.

Pasa la orden con sigilo

y se cumple el secreto

como si se cumpliera

entre unas cuantas bocas

el mismo mal aliento.

Hay que hallar a Manuel,

Manuco en otros tiempos,

flaco,

treinta y cuatro años,

hijo,

hermano,

marido,

Zárate reincidente

o mejor dicho padre

de cuatro pequeñuelos,

viejo peligro requetefichado,

joven poeta inédito,

enseñante incansable,

profesor sin empleo

y todo lo demás para que un hombre

se hunda por los demás hasta el pescuezo.

Se trata de hacer méritos

y tienen que cumplirse

todas las puñaladas a conciencia,

además,

si es que Manuel por gusto se ha dedicado a necio,

a loco,

a vago,

a bruto

y a todo lo demás por lo que un hombre

no quiere oír consejos

para vivir tranquilo,

para alcanzar la dicha,

para llegar a viejo.

Pasa la puñalada.

así como en el juego del florón,

como cuando de niños

cabían juntos en el mismo juego;

pasa de mano a mano

y es como si esas manos se afilaran

y a sangre fría entre los dos cortaran

la piola de algún trompo en mi recuerdo.

de “De sol a sol : Otros Poemas” (1976)

El hombre que no se dejó enmudecer

¿A quién le va a gustar que las palabras

se le hagan las cangrejas

y corran hacia atrás

como asustadas

hasta de los más leves pensamientos?

Para mí, estuvo bien

que él las sacara de sus escondrijos,

que les diera mordiscos

y que las empujara con la lengua

a arar,

a florecer,

a poner huevos,

a ganarse el sustento.

Está bien, ¡qué carajo!,

también yo haría lo mismo;

si quiere protestar,

¡allá el silencio!

de “De ahora en adelante” (1993)

Ante el Che de Guayasamín

Una vida es apenas

algo así como solo un parpadeo del tiempo,

y si es que hubiera sido nada más que una vida,

el tiempo de esa vida

no les habría bastado.

Debió de ser en cosa de milenios,

muchísimos milenios,

que enardecidos fuegos celestiales

con tesón aprendieron

este sagaz

y tierno

oficio de mirada.

Solo así se comprende que estos ojos

alguna vez no fueran

más que un par de relámpagos.

de “De ahora en adelante” (1993)

Cándida y la metáfora

Ella nunca llegó a decírselo,

pero en secreto se lo reprochaba.

Y en realidad no era que el poeta

pretendía enlodarla con aquella metáfora

que aunque siempre, al oído,

casi se la rezaba,

ella,

de cualquier modo,

con todo el cuerpo la malentendía.

Ella nunca lo supo,

pero si ese poeta

le susurraba que se parecía

a la tierra mojada,

era por los poderes que emanaban

las colinas,

los surcos,

sus vigores agrestes,

su cálida humedad.

Eran las levaduras primordiales,

eran las eclosiones prodigadas,

eran los dones que desparramaba;

era que desde el fondo provenía

y desde el mismo fondo se entregaba;

y era que en los instantes jubilosos

la misma tierra se desenterraba

y, justo a flor de ella,

la tierra, palpitando, se tendía,

y era que era la tierra en que el poeta

su más feliz metáfora plantaba.

Ella no lo sabía

y así nunca entendió

qué admirable prodigio le brotaba

ni el verdadero aroma que esparcía;

pero,

aun sin entenderlo, ella era tierra,

era que a sol y sombra él la sembraba,

era que con sudores la regaba,

y era cierto que ella

¡florecía!

de “De ahora en adelante” (1993)

Ella

Es seguro que habiéndola tenido

y sintiendo una cierta vocación para náufrago,

ahora a usted también le dolería

haber perdido,

con un simple adiós,

me parece que todas

las aguas impetuosas de este mundo,

y andaría extrañando

esas interminables cataratas,

esas incontenibles correntadas,

esos inolvidables remolinos;

su oleaje,

sus turbiones,

sus crecientes,

cada gotita de sus desbordamientos,

todo el caudal que derrochó conmigo,

su inefable diluvio.

de “De ahora en adelante” (1993)

Un día siguiente bajo cualquier piedra y, por si fuera poco, también con aguacero

A Roberto Valdivieso C.

Esta mañana llueve

y es muy seguro que, con malevolencia,

está lloviendo adrede contra mí,

así que desde ahora

creo poder decir que es mío un aguacero,

y con mi propio cielo aguas abajo

ya no tendré que andar de comedido

queriendo entristecerme a la distancia

con lluvias lejanísimas y ajenas.

Esta mañana llueve contra mí,

y a la intemperie en mi desasosiego

se está mojando todo

lo que me ronda,

lo que se me parece,

lo que tiene por dentro mis señales,

todo lo que también sin duda es mío,

si, por vivir, también me pertenece;

porque

no sólo a otros les tocó este mundo,

pues uno también tiene

su país urgentísimo,

infaltable,

como a pedir de boca

para su ensoñación y su nostalgia,

su paisaje remoto,

es decir su espejismo;

sus ansias de volver antes de irse,

o sea su imperiosa y visible añoranza;

su gente en general con la sonrisa coja,

sus todos los demás,

su muchedumbre,

sus sombras tutelares,

su padre irrepetible,

su nariz peculiar,

algún hermano,

sus insolencias,

su corazoncito

y, con su corazón, sus sufrimientos,

sus amarguras,

sus melancolías,

su muy particular lado siniestro,

su propio clima de inconformidad,

su singular embrollo

de anclarse en el dolor

y andar volando con el pensamiento;

y, por si fuera poco,

suele también tener,

a mucha honra,

su propio anoche

con sus propios tragos,

ineludibles por lo ya bebidos,

inseparables por lo amanecidos,

de suyo personales;

y por supuesto tiene

su hoydíasiguienteatroz,

su arrepentido y falso juramento,

su muerte de pe-da-ci-tos,

brutal,

indelegable,

sus telarañas,

sus remordimientos.

Esta mañana llueve contra mí

y tan adentro que hasta me parece

que yo mismo, a la vez, me estoy lloviendo;

me llueve y yo me lluevo,

y jamás podrá nadie

ponerse en mi lugar de esta mañana

como para quedarse

mojándose también en mi aguacero,

o sea como que yo,

de entrometido,

en vano pretendiera

vivir en carne propia

un día siguiente ajeno,

si ni así de lluvioso

y triste,

triste,

y ni porque en el fondo hoy lo sospecho,

puedo atinar en mí

a sentir otra vez cómo dolían

esas lejanas lluvias que caían

contra César Vallejo.

de “De ahora en adelante: A César lo que es de César” (1993)

Genio y figura

Creo haberlo pensado

como quien no se atreve,

medio de refilón,

medio en secreto;

pero, de todos modos,

el caso es que hace tiempo

me viene preocupando mi cadáver;

y es que viéndolo bien,

o mejor dicho viéndome

como al final de todo debo verme,

con el sincero reconocimiento

de que lo “de tal palo, tal astilla”

puede salirme cierto,

sería de esperar que a mi cadáver

le dé por seguir siéndome

y, de frente,

se salga de esa inmóvil compostura,

ande por todas partes,

se vuelva popular entre los otros muertos,

beba cerveza sin helar,

orine,

baile por alegría mis guarachas,

cante por añoranza mis boleros

y, para que la historia se repita

de la misma manera

que saben de memoria los recuerdos,

mi cadáver persista

y, sin ningún olvido,

lo siga haciendo todo como en los viejos tiempos.

Tal como me conozco,

mi gran preocupación es que lo expulsen,

que lo echen de la muerte

por grave falta de recogimiento;

y ya después ¿qué rumbo tomaría?,

pues resulta imposible regresar,

y aun si regresara yo ya estaría lejos;

adónde iría a parar,

qué puerta le abrirían,

en qué otra eternidad recalaría

con esa inocultable franqueza de estar vivo,

fiel a su vocación definitiva

de llevar desde acá todo aprendido

para seguir, con pasos prevenidos,

por todo el más allá

mi mal ejemplo.

de “De ahora en adelante: Jugando a las eternas escondidas” (1993)


Recuerdos de las vidas que todavía no vivo

Lo que en verdad importa

es que aquí estemos todos

y que, a partir de todos,

los padres de mis padres,

los padres de los padres de mis padres,

y así por ese rumbo remoto al infinito,

hasta los más remotos de mis tatarabuelos

hayan salido a mí

y que conserven fresco,

patente

y vivo mi recuerdo;

lo mismo que los hijos de mis hijos,

los hijos de los hijos de mis hijos,

y así en lo sucesivo

en el otro infinito de los tataranietos,

cada uno, desde ahora, ya haya recibido

lo que tengo también de todos ellos.

Una memoria eterna

permanece en vigilia entre mis infinitos

en comunión conmigo,

en un solo desvelo,

esperando el pasado,

recordando el futuro

y ejercitando el incesante rito

de unir a tiempo en mí los dos extremos.

de “De ahora en adelante: Recuerdos de otras vidas” (1993)

Yo y mi sombra

Por cierto,

si te fueras

me quedaría solo

y no habría en el mundo soledad más completa.

Lo digo porque temo

que llegues a cansarte de ser como yo soy

o que tal vez descubras

que vamos a pasar sobre nuevos abismos

y entonces te dé miedo

de aquí en adelante

seguirme la carrera.

Atrás,

tú bien lo sabes,

queda un largo camino

que has andado conmigo

como mi inseparable compañera,

has leído mis libros,

has bebido mi vino,

has comido en mi mesa;

en fin,

has hecho innumerables cosas mías

como esta de pasarte mis noches

escribiendo poemas.

A veces se me ocurre

que bien pudo gustarte tener algotra vida,

por ejemplo, ser blanca,

hacer cosas distintas,

oír música suave

y no andar alelada al son de mis tambores

desde que eras pequeña,

volverte contra mí,

ser anticomunista,

o por tu cuenta ir

cuando yo, en cambio, ya estaba de regreso;

pero no,

si hasta en mis malos ratos

siempre estuvo,

flaca,

comprometida,

al lado de mis culpas,

tu leal inocencia.

Definitivamente,

tú vales mucho más de lo que pesas.

Sombra mía,

sopórtame,

no me falles jamás,

yo soy tu cuerpo.

de “De ahora en adelante: En primera persona” (1993)


Platero, Yenca y yo

El burrito adorable

de hace ya tantos libros,

dígase lo que sea que se diga

sobre su intransitiva propiedad

de ser un animal tan sólo en el papel,

un solípedo escrito,

un asno imaginario,

en realidad ha estado en mí todo este tiempo

existiendo a sus anchas,

andando a trotecitos,

dando coces,

haciéndome cosquillas,

rebuznando en mi alma.

Ahora, su problema

es que la vieja Yenca,

que fue de carne y hueso,

que cuidaba mis siestas descuidando la casa,

se echaba en los rincones

y comía cariño de mi mano,

lo ha descubierto y le está dando guerra,

le gruñe,

lo acoquina,

lo persigue,

le ladra.

Dígase lo que sea que se diga

de que era medio loca

y lo que casi todo el mundo dice

de los perros comunes que se mueren

y su insignificancia,

en su real realidad

la vieja Yenca,

ahora está dentro de mí

ya muerta,

defendiendo lo suyo a dentelladas.

de “De ahora en adelante: En primera persona” (1993)

Las prohibiciones

De ahora en adelante,

puede ocurrir que el sumo presidente,

a la hora del telebombardeo,

con esa incontenible prepotencia

y la úlcera atómica a punto de estallarle,

salga de la noticia

y a cualquiera

le organice una cumbre dentro de su casa,

presidida por él (¿qué duda cabe?),

y le prohíba vivir a su manera,

le suprima su nombre

y su apellido,

le haga dar la espalda a sus amigos,

le impida visitar a sus vecinos

y tampoco lo deje decir malas palabras,

de esas como ‘decoro’

o ‘solidaridad’

o cualesquiera que se les parezcan,

y así por el estilo al fin le imponga

lo que le venga en gana;

y sobre todo le prohíba Cuba,

defenderla,

nombrarla,

hasta para decir que es una isla,

no sea que al decirlo se recuerde

que su definición,

como otras cosas,

es, sin lugar a dudas, arbitraria;

y quede más aún al descubierto

que una isla no es,

ni por la fuerza,

una extensión de amor

totalmente rodeada de amenazas.

de “De ahora en adelante” (1993)

Obcecación

De ahora en adelante,

serán más obcecados

y, de cualquier manera, en el oleaje

clavarán alambradas;

no dejarán pasar,

querrán bloquear la vida,

el sentimiento,

la música,

los panes,

los abrazos.

A todo trance

querrán que no se pueda ir a Cuba,

ni siquiera por nube,

en barcos de papel

o entre besos volados.

de “De ahora en adelante” (1993)

Suma íntima

Para mí, que sumar uno más uno

es ya estar esperándote…

de “De ahora en adelante: Operaciones fundamentales” (1993)

Ley conmutativa

Dará igual si es que pongo:

LA VIDA x EL VERBO,

como también EL VERBO x LA VIDA.

El orden en que vayan los factores

no alterará jamás la poesía.

de “De ahora en adelante: Operaciones fundamentales” (1993)

La deuda

Es que en la operación algo está mal,

es que no aprendí bien

o es que, por el contrario,

la vida nunca a mí me dio esa clase;

pero, si dividen entre pocos

un país suficiente para todos,

un Ecuador entero,

múltiplo nacional,

dividendo abundante,

no entiendo por qué tienen que prestar,

arrastrar y prestar,

arrastrar y prestar

para que sólo a ellos les alcance.

de “De ahora en adelante: Operaciones fundamentales” (1993)


Para obtener el odio externo bruto

Si macrodividiéramos,

como es correcto, para todo el mundo,

el total de las culpas

del culpable mundial

de los más escabrosos desatinos,

¿qué cantidad de horror tendría cada uno?,

y, con la misma lógica

incuestionable de las matemáticas,

¿cuánta razón per cápita

nos tocaría para maldecirlo?

de “De ahora en adelante: Operaciones fundamentales” (1993)

Desolación

Ellísimos,

los propios,

los primeros,

mis más altos parientes consanguíneos

(tibieza de una vieja cercanía,

buena fe de la luz,

larga maduración de los secretos),

hace mucho no están,

ya no me llueven,

no alumbran con relámpagos mi vida,

no se me imponen con temibles truenos.

¿Se han venido apagando,

se han perdido,

yo los he ahuyentado,

o es que por su cuenta,

de puntillas,

han ido regresándose

uno por uno de mis sedimentos?

Hace mucho que no andan a pie por mis caminos,

no agitan sus colores

y no embriagan mi ser con sus fermentos;

ellos no me hablan,

tampoco yo los llamo

y nos vamos sintiendo cada día más lejos.

Es estricta justicia,

deberían ser dos culpas

porque son dos olvidos;

pero tan sólo a mí

me toca el peso enorme de sentir

todo el remordimiento.

de “Jututo” (1996)

Gestión

Orula y San Francisco,

Yansá con Santa Bárbara,

Obba con Santa Rita,

Oogün junto a San Pedro,

Elegguá y San Antonio,

Inlé y San Rafael,

Omolu y San Benito,

Ochosl y San Norberto:

ya ven que nos sacrificamos

y fuimos mediadores

en el más peligroso

de todos los posibles desacuerdos.

de “Jututo” (1996)

Aggayú y la bandera

También los dioses pueden aburrirse

de tanto concordar con sus esencias,

de sus despreocupadas duraciones,

de ser tan habituales

y hacer las cosas que hacen

los dioses, que se pasan

haciendo lo de siempre

en sus propias esferas;

y un dios

con semejante perpetuidad de hastío

puede en cualquier momento sentir la tentación

de volverse travieso.

Aggayú, por ejemplo

(de puro maromero),

prevalido de que con sus colores

está en la más propicia convergencia,

y ansioso de flamear,

un buen día podría decidirse

a ser nuestra bandera.

Sin embargo,

muy pronto

se asquearía de verse enarbolado

para solemnizar tanta mentira,

apadrinar pomposas fechorías

y escoltar repugnantes discursos patrioteros;

y sintiéndose trapo,

manoseado,

pisoteado,

hecho flecos,

a la carrera volvería a ser dios,

a su perduración,

a su siempre,

a su tedio.

de “Jututo” (1996)

Fetiche de masa para pan

Queda, pues, consagrado

este alimento de la fecundidad.

Son pormenores nada más que humanos

las huellas digitales,

la petulante desmesura,

la avariciosa idea de la exageración,

la pose,

el minucioso preciosismo,

el palpable argumento de la harina.

Lo demás,

las huellas invisibles,

las certezas,

la eficacia bendita,

ya son cosas mayores:

energía bienhechora,

potencia indescifrable,

levadura divina.

de “Jututo: Fetiches fálicos” (1996)


Petita Palma

No,

no ha de pasar en vano tanto afán,

tanto llevar por corazón

como si a un consumado cununero;

no,

la gente así, no pasa

no se acaba

y ella no ha de morírsenos del todo

si la muerte es silencio.

Más bien

prolongará en el aire sus trajines,

será después un eco permanente,

pues,

como por ella quedaría el dicho,

« quien anda con tambores,

a retumbar aprende ».

de “Jututo: Algunos de los míos” (1996)

Miriam Makeba

Para Edgardo Prado

Ocurre que cuando ella

se pone toda torrencial,

digo,

cuando ella llueve

sus hondos aguaceros,

los resecos veranos del África comienzan

esa canción enorme del reverdecimiento.

de “Jututo: Algunos de los míos” (1996)

Agripina castillo

Se había quedado sordo,

despoblado,

cerrado el sentimiento,

con una paz ociosa como esas

de los días domingos por las tardes,

adormilada dentro,

hasta que lo invadieron

oleadas de esa voz perturbadora,

ovaricosa,

con que de pronto espigan

tibios,

agriespinosos

los estremecimientos.

de “Jututo: Algunos de los míos” (1996)

Nerney Quintero, bailadora de marimba

Delgadita,

flexible,

majestuosa espiral en que culmina

el ensimismamiento de la gracia;

curvatura del éxtasis,

perfil de una pasión con ese temple

de junco que se arquea

y en el baile parece

como que, de por sí,

la anduviera empujando un viento íntimo

y como si, a sus pies,

sumisamente,

la siguiera su propio precipicio.

de “Jututo: Algunos de los míos” (1996)

Juan García

Juan es uno de aquellos que todavía sangran

y que de veras toman

la sangre muy a pecho,

tanto que me parece

que si no hubiera sido el negro que es,

de algún modo,

algún día,

él mismo

desde él mismo se habría regresado.

Este Juan, no conforme

con ir (cuan largo es) por su propia negrura,

suele también andar por el pellejo ajeno

siguiendo en los demás el mismo rastro.

Alguna vez le dio

por husmear palmo a palmo en mis alrededores

buscando las pisadas de un esclavo

que hizo la hazaña de fundar un reino.

Yo le dije que no,

que no era por mi lado,

que mi modo de ser,

que mis ideas,

que en mi pobre cabeza

quedaría muy grande una corona,

que entre tantos aprietos del presente,

por cierto, no cabría

la majestuosidad de ese pasado.

Pero él rebuscaba

debajo de las letras de mi nombre,

detrás de cada uno de mis pasos,

hasta que supo

que, aparte de ser yo

uno más entre todos los amos y señores

de aquella irreductible parcelita de orgullo,

nada tan solo mío

de modo alguno se ajustaba al caso.

Transeúnte,

andariego,

desaparece como por encanto,

y cuando vuelve viene rebosante

de la sabiduría de la gente sencilla,

lunas silvestres

y soles que se le han emparentado;

y sobre la cabeza bullidora,

perpetua soñadora,

trae cada vez más nidos de pájaros.

A un hombre como él,

así de espejo para tantos rostros,

y así de Juan,

de nombre hace tiempo visible

a la cabeza de tanto anonimato;

a un García en verdad singular,

tan así de plural,

tan compartido

en una muchedumbre de otros apellidos;

a alguien así de hormiga tan sencilla

que nunca quiera creerse

el camino ya andado,

a un ser así por fuerza se le escribe

más de lo que se puede decir con las palabras:

hace mucho no sé por dónde anda,

atareado en qué pieles

intentando senderos,

perdido en qué negrores palpita,

y sin embargo,

por su repleto corazón, espero

que haya ido dejando latidos desgranados

que su sombra todavía no haya recogido,

y que, por ese olvido,

lo reencuentre este abrazo.

de “Jututo: Algunos de los míos” (1996)

Momento

Cuando uno se impone

la riesgosa costumbre de palparse por dentro

para saberse, en lo más vivo, cierto,

y mantenerse a diario al tanto de quién es,

suele tener, de golpe,

la estallante alegría de sentir

todos sus corazones anteriores

en una larga fila

todavía palpitando;

pero en esa cerrada indagación

a veces, sin remedio,

va a dar con el horrible vacío de un instante

que se demora todo lo vivido,

y es cuando le parece

que en algún intersticio de su ser

durante esa fugaz perpetuidad,

de repente uno mismo,

íngrimo,

por dentro,

no logra hallarse con sus propias manos.

Justo en este momento,

lo que tengo en los dedos

es este desconcierto de saber

que mientras hoy en realidad existo

como que se me esfuma algo lejano,

que mientras inaugura

sus transparencias este nuevo día,

algo así como un súbito jamás

me duele de algún modo en el pasado.

Al tacto es algo oscuro

y como si así a oscuras de pronto abandonara

un recodo recóndito de mí

desde donde hace tiempo me hubieran desterrado,

como un fresco borrón

en duraciones ininterrumpidas

o, con mayor exactitud,

como que algún abuelo inmemorial,

de siempre,

en mí mismo y ahora

me estuviera olvidando.

de “Jututo” (1996)

El poeta y su llama

En verdad solo era

una pequeña llama,

pues el poeta apenas

empezaba a meter su leña al fuego

y el poema, verso a verso,

se iba iluminando.

Fue cuando ellos dijeron

que con las altas lumbres de los astros

ya había suficientes claridades,

que mucha luz, para dormir, perturba

y, con mayor razón,

los destellos escritos,

que hasta suenan

y, por cierto, se escuchan,

no dejan conciliar el sueño a nadie;

que, además,

una pequeña llama como aquella

(esa pequeña llama con entrañas)

en tan pocas palabras ya tendría

todo lo necesario para seguir ardiendo,

volverse inapagable llamarada

y quedarse alumbrando.

Entonces decidieron

que aún estaban a tiempo,

que había que apagarla,

y, con poeta y todo,

en verdad

¡la apagaron!

de “Jututo” (1996)

Ña Rosa, rezandera

Un tris de la memoria,

una sola palabra fuera de su lugar

en ese riguroso sinfín de los rosarios,

la intempestiva pausa de un bostezo,

un mono bullicioso

encaramándose

al equilibrio de su padrenuestro;

cualquier sacudimiento universal

como el de hallarse

de repente pegado al paladar

el sabor de otro cielo

con regusto de antaño,

aguarapado,

añejo;

un vuelco,

un sobresalto,

un malévolo golpe de tambor,

alguna zacandilla de Changó,

el tremendo alarido de un hechicero acérrimo

que le hubiera irrumpido alguna vez

danzando

en esa mansedumbre hermética del verbo

o nada más que algún suspiro en falso,

y amén,

porque todo su mundo,

justo en ese momento,

se habría derrumbado.

de “Jututo” (1996)

Cuando no era mi boca todavía

De todo el tiempo que no estuve en mí,

no pudo quedar dicha

ni una sola palabra;

y hoy ya no acierto a dar con quien no fui,

sin una voz, por dentro conocida,

que me oriente buscando la salida

para desovillarme hasta la nada.

Ahora estoy en mí,

y sin embargo,

afondado en mi ser

todavía rebusco

aquel entonces en que sólo era

algo como el revés de una inmensa nostalgia

por lo que yo después, al fin, sería,

al hallarme olvidado

en la anticipación de todos los olvidos,

desmemoria infinita,

inexistencia,

callado devenir de nadie en nadie,

ineludible espera

en una identidad deshabitada,

errante contingencia

de que tal vez un día

mi padre con mi madre

justo en mí se encontraran.

Trasanteantonio,

lejura,

soledoso vacío de mi voz,

tanto tiempo esperando a que yo fuera cierto,

tenaz fidelidad con que, doliéndome,

la que no era mi boca todavía,

desde la eternidad, a oscuras me seguía

por el más prolongado de todos mis silencios.

de “De boca en boca” (2005)

Contradevoción

Las palabras conviven con su dios,

el que las ha creado

de todo lo que hay

y de lo que no hay sobre la tierra.

El hacedor, que en realidad

es dios por obra de sus criaturas,

las ama,

las entraña

y las mantiene vivas con su aliento.

En cambio, enrevesadas,

las palabras

solo creen en su dios cuando él les reza.

de “De boca en boca” (2005)

Redescubrimiento

Soy otro en mí,

reciente,

de pronto estoy gozosamente lleno

de este significado que no me conocía:

de nuevo una palabra acaba de crearme.

de “De boca en boca” (2005)

La gran boca de Dios

La gran boca de Dios

relame con deleite

el dulcecito de las bendiciones

que se queda pegado en los cubiertos.

Boca en las bocas,

glotona,

omnipresente

en las masticaciones de todo el universo.

Pero, en su bienhechora destemplanza

de andar de comedero en comedero,

con bastante frecuencia,

sin darse cuenta, mete su cuchara

donde no existe almuerzo.

de “De boca en boca” (2005)

Transmutación

¡Que cosa!,

la boca de Louis Armstrong

casi no es conocida como boca,

sino como trompeta.

de “De boca en boca” (2005)

Un cuarteto a mi antojo

¡Ah esas voces amadas

de Sarah Vaughan,

Ella Fitzgerald,

Miriam Anderson

y Mahalia Jackson!,

por mí elevando, juntas,

una de sus tonadas;

y, henchidos de pesar, todos nosotros,

los lacerados,

los que tenemos voz en esas voces,

en sus cuatro alaridos,

de algún modo, también palpitamos a coro,

como quien dice, cuatro veces juntos,

cuatro veces subiendo

desde las minas y las plantaciones

hasta los mismos cielos,

cuatro veces cantando

para tocar a Dios y estremecerlo;

cuatro veces dulcísimos,

desde los amargores;

y cuatro veces inmortales, desde

las viejas cicatrices que nos duelen

aún en nuestros muertos.

de “De boca en boca” (2005)

Las bocas de los Ángeles

Me pregunto

cómo serán las bocas de los ángeles.

Es tan difícil hasta imaginarlo

sin saber a qué raza pertenecen;

pero lo más seguro

es que no sean bocas grandes,

carnosas,

heredadas al paso de las eternidades,

de sus abuelos y tatarabuelos.

Las bocas de los ángeles

deben de ser pequeñas cavidades asépticas,

de las de no decir gruesas palabras;

y castas,

para las que sería un terrible pecado

quemar de urgencia el beso en la hoguera del pubis

(desde luego, si al fin no fuera solamente

una interrogación entre el plumaje);

y abstemias,

o sea de las que nunca,

por nada de este ni de algotro mundo,

en vez de agua bendita,

beberían cerveza.

Celebro no ser ángel

ser yo mismo, tal como soy aquí,

con la entrañada y larga hilera de bembones,

las dulces palabrotas

y los grandes pecados

que caben en la boca mi humana existencia.

de “De boca en boca” (2005)

El suicidio del que no dice nada

A Óscar Chávez, en México,

por no callar

¿En qué oscuro escondrijo tendría que encontrarse

y de dónde sacar valor para apuntarse

de lleno al diminuto latido del temor

y acertarse la herida

por donde huir de prisa,

encharcado en su voz,

como quien se desangra?

Le toca averiguarlo

al que en algún momento con franqueza decida

acabar de una vez,

porque, de lo contrario,

la muerte por silencio dura toda la vida.

de “De boca en boca” (2005)

De tú a tú

Es solo de los dos el imperioso idioma

que al apuro los dos también desnudan,

que lo ven,

que lo tocan;

que muy pronto

a los dos se los sabe de memoria,

que se les echa encima,

que encima les florece

y les pone olorosas

las fogaradas que los dos susurran

con las frases flotando

y el empecinamiento

de que las consonantes suenen en la penumbra,

con sus diminutivos tan grandes como el mundo,

y otra manera de nombrar a Dios,

con una mordedura.

de “De boca en boca” (2005)

La sed y el agua

Sentida así,

como una sola,

en masa,

resulta una gran sed,

casi un tumulto

de las que se han venido acumulando;

y si en verdad es una sed temible,

es mentira que guarde

algún encono, justo contra el agua.

Por el contrario, hay quienes

vuelven el agua turbia,

pero esa sed siempre la sueña clara;

la viven desviando a sus molinos,

pero esa sed ansía reencauzarla;

no la dejan correr,

pero esa sed quisiera, por fin, desestancarla;

o la reparten mal todos los días,

y es la sed la que alcanza.

de “De boca en boca” (2005)

De boca en boca

Yo hubiera preferido otras designaciones:

la vida, por ejemplo, me parece

que debió ser nombrada de un modo que tuviera

ese sabor a urgencia contenida

o cercano a los puntos suspensivos

que dejan en la boca las palabras esdrújulas;

a la inimaginable infinitud de Dios

se nota que le queda

demasiado pequeño un monosílabo;

los ángeles tendrían suficiente con ser aves,

a secas,

sin ese petulante desperdicio;

y todo lo demás,

propio y tardío,

que no alcancé a decir

porque ya el gran acuerdo venía consumándose

de boca en boca

desde antes de mí,

pero también contando

desde entonces conmigo.

Por cierto, lo mejor

fue que no hubo tiempo para mis desacuerdos,

que hubieran sido como

para quedarme solo

(pero no desde mí,

sino que desde siempre),

para vivir a tientas perdido entre las cosas,

para no decir nada.

En buena hora,

desde que son pequeñas

las palabras se aprenden a los hombres,

de boca en boca, a todos,

y, entre todos, a mí,

ya desde mucho antes de existir,

también me recordaban.

de “De boca en boca” (2005)

La palabra amor

A esta palabra me le hacías falta,

y acabo de ponerte

como connotación alucinante,

como fuego que suena,

y ahí te quedarás,

porque me da la emocionada gana,

pese a cualquier manida intransigencia

atrincherada contra la inquietante

palpitación de llama

que de pronto le impones al rescoldo

de la antigua palabra;

ahí te quedarás,

inapagable

en la idea de ti,

que viene a ser destilación de lumbre,

alquimia,

trasiego apasionado de la palabra al fuego

y del fuego a la palabra,

que se repite y deja

fuego dentro del fuego,

noción de luz concéntrica,

¡brujería!,

vislumbre ensimismado de tu ser en la clave

que he venido hasta hoy desentrañando.

Sin embargo,

ahora es necesario que me tapes la boca,

porque después del rito me apetece

pronunciarte en voz alta,

a ti sola,

ya dueña de toda la palabra,

sin el menor vestigio de lo que para mí,

antes de tú colmarla,

haya significado;

y entonces al oírte

un ceñudo gramático decida que no existes,

porque no se conoce

esa crepitación de tu eufonía,

ni hay asomo de ti en la frialdad

ininflamable de los diccionarios.

de “De boca en boca: En pocas palabras” (2005)

La palabra vida

No estoy todo aquí.

(Epitafio de Baldomero Sanín Cano)

Soy suyo

y ella es mía,

a cada instante nos pertenecemos,

yo le infundo mi ser

mientras que, a solas,

la bendita palabra me pronuncia;

más bien me eleva en oración

y en medio

del silencio abismal que solo ella

es capaz de guardarse

entre el bullicio de la muchedumbre,

ella misma se escucha;

y es cuando sé que significo siempre,

que habrán de repetirme

porque cuando la digan dirán todo lo mío,

todo lo que desde antes de existir me repleta,

mi remoto animal,

mis otros,

mis demás,

toda duda plural,

toda pregunta;

todo indicio mayor,

toda respuesta;

todos los cielos,

todas las edades;

todo lo que tan solo

por el nombre y las huellas digitales

en mí mismo no soy,

pero de todos modos a mí suena,

todo el dolor,

todo el amor,

en fin, todo este mundo

que a la palabra vida,

en sus adentros,

aún le quedará de mí cuando me muera.

de “De boca en boca: En pocas palabras” (2005)

Vista de mi ciudad desde un avión mientras mi amor se eleva

Siempre sentí que mi ciudad

estaba cercada por mi amor,

que no tenía lugar

fuera de mi calor y mis recuerdos

la aldea montaraz que vino acumulándose,

quedándose del río de creciente en creciente;

el caserío remoto,

somnolencia de gallo aún desperezándose

cuando mis pasos previos andaban todavía por una sola calle

y todo el vecindario

tenía por las noches el largo de un silbido,

de silencio a silencio;

y después,

hasta hoy,

el viejo pueblo,

vivo,

creciéndome apretado contra el pecho.

Mas,

vista desde el aire,

como que la ciudad se me dispersa,

se zambulle en su río,

trepa por las colinas

y se me va corriendo por cuatro carreteras,

en un adiós absurdo que me huye,

incongruencia dulce

que se queda sin mí,

que se me aleja.

Y desde el aire, igual,

tampoco veo,

las casas que no están,

las que hacen falta,

las que nunca se han hecho,

casas en las que Dios tendría cobijo,

porque, en definitiva,

nadie debe vivir a la intemperie

aunque sea en el cielo;

casas donde quizás morir

pero entretanto,

desesperadamente,

casas,

bajo los soles y los aguaceros;

casas en mi esternón

y en mis costillas,

urgentes condominios

donde indica afanoso el corazón,

barriada tras barriada rebasando el latido,

pasando mis clavículas

y mucho más allá,

hasta los sueños;

casas que echa de menos mi amor en despedida,

casas que hoy no se alejan,

ni se me acercarán precipitadas

para la bienvenida del regreso.

de “De boca en boca: Del terruño interior” (2005)

La boca de mi abuela

Ya dije alguna vez

que ella tenía la boca siempre llena de santos

y ángeles de la guarda;

me hizo falta agregar que también le cabían,

con mucha holgura, todas las cosas del pasado;

las fechas de la vida y de la muerte,

las grandes alegrías,

las peores desgracias,

sus sigilosas mañas

para que las comidas supieran a milagros,

la oración y la pócima

para cada dolama;

su propio calendario

de lunas,

soles,

lluvias

y dolores reumáticos;

su cielo a su manera, que le oía

aquellas mezcolanzas de cantos y tambores

cogidos de las manos con las avemarías

a lo largo de todas las cuentas del rosario,

las lucecitas vivas al fondo de esas frases

echadas a volar

al soplo de su idioma de luciérnagas

(únicas, intransitivas, personales)

en que decía muchísimo

con poquitas palabras;

y, traídos de un siempre

que no se le acababa,

sus canas que decir,

sus prevenciones,

sus normas,

sus presagios.

Además,

no sé cómo, pero tenía dormida

debajo de la lengua

una canción extraña

que me gustaba oír

cuando por obra de un puntual motivo

que supo mantener muy bien guardado,

la canción despertaba,

se le ponía contenta

o tal vez triste,

pero, por la tristeza o la alegría,

cantando, la canción se le salía

a beberse dos tragos de aguardiente

una vez por semana.

Y ella también tenía su sonrisa,

una vieja sonrisa

sin peros,

sin portón,

sin requisitos,

sin tres dientes de abajo,

todo el tiempo la misma,

la misma en que podía

envolver indulgencias y regaños,

la misma de volverse transparente,

la misma de llenar toda la casa,

la misma en que yo siempre me perdía

intentando entender si ella vivía

con el alma en la boca

o la boca en el alma.

de “De boca en boca: Del terruño interior” (2005)

Los Quiñónez, su casa y yo

Los Quiñónez vivían en la esquina del barrio,

muy cerca de nosotros,

más o menos a un grito de mi abuela,

que es lo mismo decir a tres o cuatro vuelos

de las incandescentes mariposas

que caían del sol

o les crecían a los matorrales de bledos en las calles.

Tenían una casa de hacía unos cuantos árboles

que, amartelada y hasta con el mismo apellido,

también vivía con ellos,

y año tras año

la repintaban de un color inmenso,

muchísimo más grande que la casa.

Después de tanto tiempo,

ahora ya no están;

mas parece verdad que el tiempo vuela

y que todos han muerto

tan solo de la noche a la mañana,

como si fuera de una sola muerte,

y de esa misma muerte

se haya muerto la casa.

de “De boca en boca: Del terruño interior” (2005)

La efigie de Sandino

En Nicaragua, uno

de cualquier modo, siempre

se encuentra con Sandino,

sobre todo en Managua,

que lo tiene de pie

en lo alto de la Loma de Tiscapa,

inconfundible, en esa efigie colosal,

toda pintada de un negro solemne

que se ve desde lejos

para que el General, ubicuo, se halle

en todo corazón al mismo tiempo.

Recorriendo el contorno desde abajo,

primero son notorias las botas,

a las que de inmediato, por su cuenta, los ojos

se sienten obligados a agregarles las trochas,

los lodazales

y las polvaredas.

En la mitad se reconoce (como

un amontonamiento de más piel que le hubiera crecido)

el bulto de la manta inseparable

que le cuelga,

y cualquiera imagina

los leales cobijos de otra piel

que también se rebela.

Ya arriba,

coronándolo,

nítido sobresale su sombrero de siempre:

yo creo que hasta ahora

por dentro esa alta copa permanece

llena de también altos pensamientos;

y por fuera le encimo

todos sus soles

y sus aguaceros.

El que ha visto un retrato de Sandino

y lo tiene presente,

le pone con certeza a la figura

el rostro legendario;

aunque, viéndolo bien,

es mucho más Sandino imaginándole

la cara de cualquier nicaragüense.

Por supuesto, esa imagen

no necesitaría un corazón,

pero un día de julio,

en viaje hacia Masaya,

pensándola,

sintiendo casi que su enormidad,

tenaz, desde Managua,

me iba siguiendo por la carretera,

de pronto me di cuenta

de que ese corazón inmenso de Sandino

como que hubiera sido para el tamaño de ella,

si el General, en una de sus fotografías,

(aparte del país,

que se le nota),

todo él casi es las botas,

la manta

y el sombrero;

pero lo cierto es

que de algún modo a él, aun así,

un corazón así

le cabía en el cuerpo.

(Inédito)

Yo, “Alonso de Illescas”

A Juan Montaño Escobar y Pablo Minda.

Para mí, lo que hoy piso es tierra anticipada

que estaba aquí esperándome

con el sol inequívoco

gravitando,

para regocijarse columbrándome,

para regirme,

para ser sol mío,

para caerme,

para requemarme;

y abajo, este verdor de cada día,

trasplantado,

acogiendo amoroso lo que de mí quedaba,

abundando,

salvándome.

El ayer aún persiste con sus desgarraduras,

sí ha dejado sus huellas;

pero a partir de aquí el amo de Sevilla,

el que borró mi nombre y marcó el suyo;

el que tumbó mi cielo

y echó de mí a mis dioses;

el que vendió mis huesos,

el que afligió mis cantos,

ya es nadie en mi albedrío,

y nunca más alargará mis días

ni acortará mis noches;

ya no me vivirá:

¡ya esta enterrado¡,

ya no es más que un recuerdo que me llama desde antes

para en mí reencontrarse;

pero hoy desde mi ser

su ser no le responde,

porque sólo de mí ya yo estoy lleno

y otro mismo no cabe;

y aunque yo aún me llame

de igual manera como desde cuando

a la sombra de él me conocí,

hace ya dos océanos

aquí le puse un negro libre al nombre.

No hay vuelta atrás,

ya soy mi propio yo

en mi propio después

que es también de los otros

que conmigo trajeron,

y de los que aquí estaban,

porque al final pasamos su tiempo a nuestro tiempo,

porque los asumimos

y hermanamos

en la tarea de acostarnos dos

y levantarnos siendo uno más:

ajetreo en los petates,

hervores,

designio de las ganas,

trueque de sangres,

la vida trasegándose,

hasta que ya después no nos trajeron,

sino que nos trajimos,

porque todo fue como adelantar el rastro

y caminar

tiñendo para siempre la comarca.

Lo pasado es pisado,

aquí me renací,

aquí me pertenezco,

aquí me reconocen

y yo me reconozco en los demás,

aquí soy,

aquí estoy,

aquí gobierno.

(Inédito)

Nota: "Alonso de Illescas", esclavo africano con el nombre de su amo español que, en la primera mitad del siglo XVI, estableció un inexpugnable cacicazgo de zambos libres del dominio peninsular con base en la actual provincia de Esmeraldas, República del Ecuador, Sudamérica. Lo inconquistable de ese territorio obligó a las autoridades de la Real Audiencia de Quito a reconocer a Illescas como Gobernador de su propio pueblo.