Y todo ello, el canto a las cosas y a la esperanza humana, al amor de mujer y al hombre pisoteado por las botas, con una impresionante voluntad de soledad…. Con una terca y alta pasión de humanidad….”
“La poesía de Preciado delata al idealista, al luchador, al hombre de valores profundamente arraigados…
Palabra vibrante que responde a la fuerza de la tradición oral que exige cautivar al interlocutor. Poesía variante y dinámica… Exponente indiscutible de la poesía negra, su obra trasciende cualquier especificidad. Su voz tiene lugar destacado en la literatura ecuatoriana y en la universal.”
“Me ha impresionado hondamente el poeta ecuatoriano Antonio Preciado. Sin duda este negro es un gran poeta de la América de hoy, en quien confluyen los precisos ingredientes naturales, históricos y sociales llamados a sostener una voz grande y peculiar como la suya, en una poesía con un notable poder de comunicación, testimonial e imaginativa, tierna y combatiente, irónica y frontal, profunda y clara, tocada siempre por una inquietante, casi misteriosa emoción, y en la que maneja, sabiamente articulados, elementos tradicionales y novedosos de la expresión, con los que logra una entonación muy personal, frecuentemente conmovedora, en todos los climas de su amplio y rico registro temático.
Sí, un gran poeta, cargado de una sensibilidad que a veces provoca la idea de tocarla en sus poemas, o de alargar los dedos y buscarla hasta alcanzarla y tantearla en el pigmento de su piel.
Y hay que destacar un rasgo característico suyo frente a los poetas de su raza, que generalmente se atrincheran dentro de los motivos que les ha impuesto la historia, y su obra constituye una sostenida defensa de sus explicables razones, una cerrada exaltación de lo suyo. Preciado tampoco elude su realidad de hombre negro: gran parte de la poesía que conozco revela esa conciencia, y es un rotundo, iluminado y fervoroso alegato a favor de su raza plasmado en piezas antológicas, a nivel de los más grandes poetas negros del mundo. Pero él no limita su vuelo en ese ámbito y, con idéntica fuerza, se sitúa en el panorama de la actual poética americana como un auténtico y gran poema de todo lo humano.
Antonio preciado (Esmeraldas, 1941) es uno de los grandes poetas de la literatura afrohispanomericana. (¿No fue Esmeraldas la primera provincia de la patria en dar la señal de nuestra emancipación con su histórico pronunciamiento de Río Verde, el 5 de agosto de 1820?) Por sus raigalidades entonces –conjura y música, misterio y magia, mar y fulgor, repertorio enmarañado de pueblos desgarrados desde su orígenes-, pero más, quizá, por su oficio proverbial (“oficio de vivir, oficio de poeta”), la obra de Preciado se yergue alta y grave, arrebatada y tierna, sapiente y hermosa, tramada por la rabia y el vértigo –pasiones y conmociones- para adquirir resonancias universales. Y se universaliza, gracias a la excepcional potestad de sus textos: sí, su temática axial es la negritud, pero Preciado abraza, desde ese núcleo, todo lo humano.
No sólo el texto per se debe ser el epicentro para dar un juicio de valor. El texto es en la medida en que, al leerse, se soporta, se siente, se confabula en nuestra sangre íntima. Pertinencia dialéctica entre el ser o existir literario y su convocación en el ánima del lector. Sólo allí se configura el binomio texto-lector. Y este hecho se advierte con relieves profundos en la obra poética de Antonio Preciado: no hay poema suyo que no nos perturbe, que no nos estremezca, que no nos afecte. Desde sus inolvidables Jolgorio (1961) y Más acá de los muertos (1966), hasta sus poemas más recientes, Preciado nos remueve con su palabra iluminada. Más allá de las palabras siempre, más allá del ritmo y del sarcasmo, de sus duendes y dioses, de sus soles y sus lunas, hurga, sabio, paciente, imperturbable, en el doliente y jubiloso portento de la condición humana.
En voz alta
Los autores que, en América y Europa, participaron en el movimiento de la negritud o fueron arrastrados tardíamente a compartir sus propósitos, sus propósitos y principios (entre nosotros Nelson Estupiñán Bass, Adalberto Ortiz, Antonio Preciado…), incluso cuando sus fundadores hubieron renegado formalmente de ella, se diferencian de otros escritores por la defensa y afirmación de sus tradiciones y su cultura. Viven en otra, se adaptan generalmente a ella, participan en su desarrollo, “los salvajes se civilizan”, según quienes odian más al esclavo que la esclavitud… Pero en el momento de dar testimonio -¿y qué otra cosa hace el escritor?- ninguno ha renunciado a dejar su huella étnica, cada uno la lleva voluntariamente consigo a donde va, hasta el punto de imponerla, por lo menos en literatura, no como sustituto sino como complemento de la que heredamos.
El negro, trajo su cultura de otro continente y, sin que le preocupe esa suerte de extranjería que, a veces, quiere imponerle el racismo, él impone, sin preocuparse de formar adeptos, la negritud que se expresa por medio de sus ídolos y héroes míticos, su tradición, el recuerdo silábico de sus lenguas, orgullosamente trasplantada como si fuera el único residuo de lo que fue y tuvo, y sin que al “blanco” le importara darle o encontrarle otro significado que el ritmo del habla y de los instrumentos musicales de percusión.
De ahí que el lector poco atención pusiera al comienzo (y aún hoy, incluso respecto de los dioses y ritos religiosos del vudú antillano), a la actitud y la temática de esos autores, a alguno de los cuales cabe incluir en una negritud tardía: Preciado nace, en 1941, cuatro años después de que el poeta senegalés Léopold Sédar Senghor encabezara ese movimiento de defensa de los valores culturales africanos. Nuestros poetas rara vez escribieron ensayos teóricos o ideológicos para explicar su modo de ser y de actuar. Pero su comportamiento cívico y su obra literaria revelan un sentimiento de justicia universal poco frecuente en otros exiliados, esclavos, inmigrantes o descendientes de ellos: cada escritor negro, dondequiera que esté, representa a su raza y su cultura, y de ellas está orgulloso el autor. El poeta y dramaturgo Aimé Césaire, fue el primero en utilizar la palabra “negritud”.
La poesía de Preciado reafirma la existencia del autor como representante y portavoz de cuanto le dejó su gente, como testigo y –debido a esa larga prolongación de la esclavitud a que se resumía (¿ya no?) la historia de Europa y América- profeta de rebeliones y de luchas, consejero en materia de resistencia y paciencia, ejemplo de entereza cívica y literaria. De ahí que al gozo verbal de Jolgorio haya sucedido un libro de otra temática, aunque, a veces, con la misma música, como Más acá de los muertos y, luego, como resumen de su obra, con alusiones políticas e individuales y hasta con humor irónico e hiriente, De sol a sol.
De boca en boca parece ser la culminación de una escritura que, resulta evidente en un poeta, busca su razón de ser buscándose en las palabras. Preciado es dueño de ellas, les da un significado otro sin renunciar al que tenían antes de que él las utilizara, tal como tras haber superado la onomatopeya de otras lenguas la pone al servicio de una poesía moderna, de una estética colectiva, antigua, distante, que puede rehacer la realidad rechazada sin volverla obligadamente “mágica” ni “maravillosa”: Trasanteantonio,/lejura,/ soledoso vacío de mi voz,,/ tanto tiempo esperando a que yo fuera cierto… Sus versos Si las palabras pudieran recordar/ todo lo dicho con cada una de ellas, podrían resumir su libro: hallarían razones de erigirse en infinidad de pirámides de oro. No se trata sólo de la anatomía de palabras tales como “solidaridad”, “sangre”, “vida”, “luz”, “mar”, que aparentemente están llenas de evocaciones y de imágenes, sino de la peligrosa, manoseada, desvalorizada y sospechosa palabra “yo”. Sea cual fuera la experiencia personal que relata o imagina, en este libro el pronombre no encierra en su calabozo de dos muros solamente al autor que se mira y confiesa, sino al lector que, de la mano de quien sabe ser “pastor de palabras”, reconstruye la poesía que estaba allí, desde antes y puede, después de leídas, sentirse autor y propietario de sus sílabas. (Nunca supe por qué, en el momento en que mayor afirmación orgullosa puede hacerse de sí mismo y de la propia existencia, ha sido siempre tan vaga, casi eco inaudible, la respuesta a mi pregunta acerca del hombre al que estaba destinado el autógrafo o dedicatoria de un libro. Algo como un no ser por timidez, humildad o duda).
O sea que uno se lee al leerlo y al hacer que la poesía vaya de boca en boca toma dolida conciencia de no haber prestado debida atención a esa parte de la humanidad a la que nuestra cultura le debe tanto.
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